Gasteiz - A finales de febrero de 2000, ETA acababa de romper la tregua fruto del Pacto de Lizarra -lo hizo en noviembre el año anterior- y había cometido, el 21 de enero, el primero de una larga lista de asesinatos, en la que fue una de las campañas de atentados más duras de la historia reciente de la organización. La muerte del teniente coronel Pedro Antonio Blanco suspendió, pero no rompió, el pacto de legislatura suscrito entre PNV y Euskal Herritarrok al calor de Lizarra, y la crispación política y social en Euskadi se disparó. Se estaba abriendo una grieta en la sociedad vasca entre nacionalistas y constitucionalistas.
Ese era el contexto en la calle y en los parlamentos cuando Fernando Buesa, portavoz del PSE en la Cámara vasca, exvicelehendakari, exconsejero de Educación y exdiputado general alavés, salió de su casa pasadas las cuatro y media de la tarde del 22 de febrero de 2000. Amenazado desde hacía años por ETA, junto a él caminaba por la calle Aguirre Miramón del campus alavés el ertzaina Jorge Díez, de 26 años, cuando una furgoneta cargada con 25 kilos de explosivos estalló a su paso, matando en el acto al dirigente socialista y dejando gravemente herido al agente, que falleció minutos más tarde.
En las calles de Euskadi, y especialmente en Gasteiz, se desataron las emociones, con una manifestación de condena dividida en dos bloques sociales. En medio de una tensión insoportable, el lehendakari Ibarretxe y sus consejeros tuvieron que salir de la catedral de María Inmaculada de Gasteiz, donde se celebró el funeral, por una puerta lateral.
El asesinato de Díez y de Buesa rompió definitivamente el acuerdo entre Ibarretxe y Euskal Herritarrok, y las inmediatas elecciones del 12 de marzo dieron al PP de José María Aznar una mayoría absoluta que empleó, en buena medida, en asfixiar policial y judicialmente a la izquierda abertzale. Se firmó el Pacto Antiterrorista con el PSOE, se endureció la Ley de Partidos y en la izquierda abertzale empezaron a dejarse oír las voces que reclamaban el fin de la violencia. Cuatro dirigentes y exdirigentes socialistas recuerdan para DNA aquellos días de hace dos décadas.
nicolás redondo Nicolás Redondo era secretario general del PSE en la mañana del 22 de febrero de 2000, cuando Fernando Buesa, Jesús Eguiguren y él mismo presentaron en Donostia un documento político elaborado por los dos primeros, “porque tenían ideas suficientemente diferentes como para abarcar a todo el PSE”. “A la salida del acto, él buscó con quién comer en San Sebastián, pero por unas cosas o por otras no se quedó nadie y se volvió para Vitoria. Justo cuando estaba yo comiendo me llamó Carlos Iturgaiz para decirme que habían asesinado a Fernando. Yo, como no sabía que no se había quedado en San Sebastián le tranquilicé, pero poco después me volvió a llamar para decirme que eran Fernando y su escolta”, rememora Redondo, alejado de la política activa desde 2002.
El exdirigente socialista cree que el asesinato supuso un punto de inflexión porque “en contra de lo que pensaban entonces Xabier Arzalluz y compañía, la sociedad vitoriana, alavesa, salió a la calle con una contundencia radical defendiendo la libertad, la paz, recordando a Fernando Buesa y rechazando la instrumentalización partidista que se intentó hacer”. Se refiere Redondo a la masiva manifestación en que se convirtió el funeral de Buesa, un día después del asesinato, que reunió a decenas de miles de personas y dejó momentos de gran tensión. “Fue un día extraordinario desde un punto de vista democrático y de ciudadanía”, asegura.
Nicolás Redondo también recuerda un segundo hito de aquel atentado. “Fernando era el portavoz de los socialistas vascos en el Parlamento, se codeaba en los pasillos o en el bar del Parlamento con la gente de Herri Batasuna dirigida por Otegi, y allí vimos su frialdad, su falta de empatía y solidaridad, estaban absolutamente instrumentalizados por la banda terrorista. No hubo ni un solo gesto de solidaridad con un compañero del Parlamento”, lamenta.
Como conclusión, Nicolás Redondo cree que “no debemos olvidar, para que no se repitan los aspectos más oscuros de la Historia. Fue un tiempo de generalización del dolor, del drama, se golpeaba fuertemente a todos, a los partidos, y especialmente al PSOE y al PP”, recuerda.
jesús loza Jesús Loza, hasta hace escasos días delegado del Gobierno en Euskadi y portavoz del PSE en el Ayuntamiento de Gasteiz en febrero de 2000, recuerda “con dolor y con cabreo que desde el PNV no se arropó a la familia, cuando si alguien había pacífico y dialogante ese era Fernando”. Loza incide en el hecho de que “con aquel asesinato se rompió la entente que existía entre el PNV y Euskal Herritarrok, pero siguieron en su estrategia contra los que no éramos nacionalistas; el asesinato de Fernando no fue capaz de hacer reflexionar al mundo nacionalista”. En ese sentido, Loza considera “muy importante recordar que el único representante del Gobierno Vasco que estuvo allí fue Josu Jon Imaz: Le dije que teníamos que estar todos juntos contra ellos, y él estaba de acuerdo”.
Aquella tarde, el político socialista salía de un comité electoral cuando le llegó la noticia de que había estallado una bomba en el campus. “Pensé inmediatamente en Txema Portillo -profesor universitario y uno de los fundadores del Foro de Ermua-, que también estaba amenazado, llamé a Fernando y me daba comunicando, pensé que también estaría llamando a todo el mundo. Luego me confirmaron que le habían asesinado”, recuerda.
Loza define como “tremendo ir allí, ir a su casa con Nati -esposa de Buesa-, Marta, Sara y Carlos -sus hijos-, tener que ir a la Junta de Portavoces del Ayuntamiento de Vitoria, con muchísimo dolor, con incredulidad, tratando de calmar los ánimos de la gente, convenciendo de que los asesinos no éramos nosotros”.
Al compañero de Buesa en el PSE alavés le tocó “ir a por las cosas de Fernando, su anillo, para dárselas a Nati, sufriendo mucho. Recuerdo que sobre las siete ella nos dijo que teníamos que hacer algo para que la memoria de Fernando perdurara, creo que ese fue el germen de la Fundación Buesa”, afirma.
ramón jáuregui Ramón Jáuregui, recientemente retirado de la política y actual presidente de la Fundación Euroamérica, era en 2000 secretario de Política Autonómica del PSOE, y hacía apenas un par de años que había dejado de ser el secretario general de los socialistas vascos. En lo personal, recuerda el “mazazo” que supuso para él la noticia del atentado, que le pilló en Madrid. “Me fui para Vitoria corriendo. Recuerdo aquella tarde perfectamente, hablando en el coche con unos y otros, la tarde noche con Nati, acompañé a Jaime Mayor Oreja que también se acercó por allí”, rememora.
Destaca, sin embargo, la trascendencia política que tuvo el asesinato de Buesa y de Jorge Díez. “Era una víctima muy elegida” para un atentado que abrió, incide, “una etapa de acoso brutal a nuestros dirigentes y los del PP, los habían condenado como el obstáculo de su proyecto independentista”. Jáuregui resalta el contexto de aquellos años, “con una ETA que se había fortalecido y rearmado a raíz de la tregua”. Según el exvicelehendakari, exministro y exeurodiputado, el asesinato de Buesa fue el embrión del cambio de estrategia del Estado que, afirma, acabó con la violencia de ETA.
“El atentado argumentó de una manera más sólida la idea del pacto antiterrorista que Zapatero propuso a Aznar tras el verano del año 2000, después de ganar el congreso del PSOE”, un pacto basado en “la doble estrategia de unidad y de firmeza democrática que estuvo en el origen de una decisión posterior, la ilegalización, la Ley de Partidos del Gobierno de Aznar, la persecución desde la Ley de todo el entramado social y político que apoyaba la violencia de ETA”.
Jáuregui explica que “hasta entonces habíamos mantenido la teoría de que el brazo político de ETA debíamos mantenerlo en la legalidad porque para abandonar violencia era necesario un partido político. La experiencia nos demostró que ese discurso no servía para que la violencia desaguara a la política, sino que ETA aprovechaba la estructura social y política que le daba la legalidad para fortalecer esa violencia”.
El atentado contra Buesa y Díez fue, por tanto, “un punto neurálgico en la historia de la conquista de la paz, porque ese momento, unido a una sociedad vasca más valiente y unida, a la ruptura del plan Ibarretxe y a la acción policial, llevan a esa estructura social y política que apoya a ETA a reclamarle el fin de la violencia unos años después; la propia izquierda abertzale es la que le dice a ETA que o terminan o les arruinan. La famosa frase de Alfredo Pérez Rubalcaba, o bombas o votos, al final fueron votos”.
Jáuregui, por último, lamenta “la oportunidad que perdió el PNV para reaccionar como se debía, rompiendo con la unidad abertzale”, pero “también la estrategia del PNV tuvo su tiempo, aquella teoría de finales de los noventa que elaboraron Juan Mari Ollora y Joseba Egibar en favor de asumir la reivindicación política de ETA y pretender convencerles de que su violencia ya no era necesaria, el Pacto de Estella, todo eso terminó con el plan Ibarretxe”, concluye.
Idoia Mendia, hoy día secretaria general del PSE, y en 2000 militante socialista sin cargo representativo y abogada en ejercicio, recuerda cómo la noticia del atentado contra Jorge Díez y Fernando Buesa le pilló en el despacho. “Inmediatamente me acerqué a la agrupación local”, rememora. Mendia tiene marcado, sin embargo, el día siguiente, con “la capilla ardiente en el Parlamento, el ir a la catedral con las coronas de flores, acompañando el féretro, y aquella manifestación que produjo mucho dolor a los socialistas, porque se veía una división dentro de los no violentos”. A su juicio, aquellas imágenes “servían en bandeja a ETA y a sus seguidores” el poder seguir en su estrategia.
Veinte años después, “con la perspectiva del tiempo”, Mendia considera que “el asesinato de Fernando Buesa no fue un asesinato más, como no lo fue el de Ordóñez en San Sebastián, con el impacto que supuso”. La líder de los socialistas vascos cree que “ETA decidió eliminar al que pensaba de forma diferente a las ideas que quería imponer, era un proyecto totalitario porque no admitía ninguna otra idea enfrente”.
En ese sentido, opina que “asesinaron a Fernando porque era el paradigma, la persona que sobresalía en ese momento con un discurso propio de confrontación al terrorismo; había que eliminarlo para que su proyecto pudiera seguir adelante”. Mendia es consciente de que “en ese periodo de socialización del sufrimiento eliminaron a muchos políticos” pero, añade, “tras la tregua de Lizarra, este asesinato en concreto era clarísimamente la muestra de que Fernando molestaba, sus ideas molestaban, su voz molestaba y había que ir a por él, y lamentablemente lo consiguieron”.
Sin embargo, apunta, “como quedó claro en el acto de homenaje del jueves, lo que queda hoy es la inutilidad de todo aquel dolor, porque no han conseguido su objetivo y han dejado el camino sembrado de víctimas”.