a Pablo Iglesias, auténtico experto en vetos, desde los político-personales (todos recordamos el viaje al ostracismo parlamentario de su anterior pareja) hasta los político-amistosos (quienes eran sus amigos en los alegres tiempos de la fundación del partido morado han sido vetados para ocupar cualquier puesto tras oponerse al líder), le ha tocado probar de su propia medicina.
Esta vez ha sido otro quien le ha vetado a él y quien pretende acabar con sus aspiraciones ministrables al grito de “no es de fiar” como ha repetido Iglesias cada vez que ha necesitado cerrar la puerta a algún antiguo o nuevo colaborador.
Sin embargo, esta situación, que bien podría calificarse de justicia divina, poética o karma, según las creencias de cada cual y pudiera dar lugar a malsana alegría por parte de los previamente vetados y vetadas, no deja ser un auténtico despropósito que, salvo sorpresa de última hora, nos va a llevar a repetir unas elecciones cuyo incierto resultado puede deparar más de una sorpresa y no necesariamente agradable.
Es cierto que la consulta a la bases de Podemos sin más objeto que el de blindar el papel de Iglesias en un eventual Consejo de Ministros (sabedor como era del veto del ahora presidente del Gobierno en funciones), solo puede interpretarse como una estrategia de presión más o menos ofensiva, pero también lo es que el veto al secretario general de cualquier formación política lo es a toda la formación porque, guste más o guste menos, los militantes han elegido a esa persona y no a otra para que les represente.
Lo que no es verdad, al menos en lo que a mi propia experiencia política respecta, es que en los acuerdos de gobierno se aborden primero, en exclusiva, las cuestiones programáticas y después, una vez cerrada la fase anterior se hable de los cargos, tal y como han querido hacernos creer los socialistas. ¿Qué sentido tendría pactar un acuerdo programático con otro partido sin especificar cuál va a ser su papel durante la legislatura y ponerse luego a hablar de cómo se va a garantizar lo acordado? ¿Qué ocurriría si se llega a un acuerdo programático, pero no de modelo de colaboración? ¿Se volvería al punto de partida? Es absurdo. Por más que al contrario, esto es, un acuerdo de reparto de cargos sin acuerdo programático sea posible (no hay más que ver lo que ha sucedido en Euskadi en relación con los Ayuntamientos y Diputaciones), ello no significa que sea lo deseable, ni que haya existido esa tentación en las conversaciones de Podemos con el PSOE.
Me da la sensación, de que en este caso se ha pretendido abordar el proceso de negociación como suele ser habitual, esto es, entremezclando cuestiones programáticas con modelos de colaboración, pero que el ego de los protagonistas es tan desmesurado que la tentación de erigirse en únicos protagonistas de las conversaciones ha acabado por llevar las mismas a un callejón sin salida, antes, siquiera, de ponerse a hablar en serio. Ahora que se acerca la investidura, que la opción de la eventual abstención de Podemos se debilita porque el resultado de la consulta interna no lo permite y que los partidos periféricos no acaban de dar el plácet a Sánchez, parece que los nervios empiezan a aflorar en Ferraz y que hay prisa por endilgar al resto el fracaso del proceso negociador. Pero no olvidemos, que la responsabilidad es de quien debe buscar apoyos y no de quien decide no darlos.
Sea como fuere, lo cierto es que por más que en los despachos de unos y de otros estén diseñando ya sus estrategias electorales, no deben olvidar que si los candidatos son los mismos, el cuerpo electoral es el mismo y el contexto es más o menos igual, es fácil que el resultado final sea muy parecido pero con un electorado muy, muy aburrido.