cada vez me sorprenden menos algunas voces de la política española, como, por ejemplo, las abundantes salidas de tono ante la elección democrática del nuevo president de Catalunya, Quim Torra. No están contentos Mariano Rajoy, Pedro Sánchez ni Albert Rivera e, incluso, la gente de Podemos va a pasar a los anales políticos de los exabruptos.
Ya sabemos desde hace mucho que el objetivo es destruir cualquier atisbo de defensa de la soberanía catalana (y vasca), aunque tengan la mayoría las fuerzas soberanistas; eso que es el fundamento en democracia. El todo vale de la política española resulta insultante y, además, puede llegar a tener consecuencias imprevisibles. Al parecer, no se contentan con la que han liado hasta ahora y amenazan con ampliar el 155 y lo que haga falta.
La judicialización de la política -es decir, o piensas como español o nada-; la utilización de la propaganda hasta dar asco, pues generar odio es muy peligroso; las fuerzas de seguridad del Estado campando de manera chulesca a modo de ejército de ocupación o denigrar y difamar a los y las oponentes políticos como si de cuatreros se tratara parece más de república bananera que otra cosa. Perdón, se me olvidaba que aquí de república nada que para eso está la familia Borbón.
Procuro no calentarme la cabeza, pero cada vez me resulta más complicado no encontrar paralelismos con los tiempos de la dictadura o con aquellas proclamas que llamaban a la rebelión fascista de quienes por su “una, grande y libre” afirmaban abiertamente, por ejemplo, que la patria es una síntesis trascendente, una síntesis indivisible, con fines propios que cumplir; y nosotros lo que queremos es que el movimiento de este día, y el Estado que cree, sea el instrumento eficaz, autoritario, al servicio de una unidad indiscutible, de esa unidad permanente, de esa unidad irrevocable que se llama patria.
O esta otra, también, de Primo de Rivera, padre de la Falange.
Y queremos, por último, que, si esto ha de lograrse en algún caso por la violencia, no nos detengamos ante la violencia. Porque, ¿quién ha dicho -al hablar de “todo menos la violencia”- que la suprema jerarquía de los valores morales reside en la amabilidad? ¿Quién ha dicho que cuando insultan nuestros sentimientos, antes que reaccionar como hombres, estamos obligados a ser amables? Bien está, sí, la dialéctica como primer instrumento de comunicación. Pero no hay más dialéctica admisible que la dialéctica de los puños y de las pistolas cuando se ofende a la justicia o a la patria.
El otro día en un autobús me encontré con un prestigioso intelectual de nuestro país y hablando resulta que a ambos nos recordaba a Primo de Rivera -autor de las perlas citadas- a ese otro que hoy, como aquél, alardea de no estar ni con las izquierdas ni con las derechas y que, curiosamente, ha surgido de la nada -aunque eso no se lo cree nadie y mucha gente piensa que ciertos peligrosos poderes están detrás-.
Ahora le toca ser a Catalunya el banco de pruebas donde reprimir cualquier atisbo soberanista, pero no se quedarán ahí: hace unos días Alfonso Alonso (PP), intentaba intimidar al Parlamento Vasco advirtiendo de la posible consecuencia de perder lo que tenemos si se mantiene el empeño de defender nuestro derecho a decidir.
Quizás usted piense que me estoy poniendo melodramática pero cada vez más recuerdo a mi amama sentada en el mirador de casa con alguna de sus hermanas comentando: esto va a explotar.