En mayo de 2019, la batalla de las batallas se librará en Madrid. Ya huele a pólvora y todavía queda todo un frenético año de renuncias, OPAs de candidatos, informes de alcantarilla, encuestas teledirigidas, desgarros internos, debates de salón y alianzas de cocina. La pelea electoral se antoja frenética porque asegura consecuencias devastadoras a partir del segundo puesto. Todos temen la onda expansiva de un apasionante desenlace que iluminará con su indudable impacto el camino de las próximas generales. De momento, el entremés queda servido. Cristina Cifuentes lo ha puesto encima de la mesa con una vergonzosa actuación egoísta que le está acercando al abismo con una patética huida hacia delante mientras rompe las costuras internas de su partido. De la sal y la pimienta se ocupa la izquierda con su ruido de sables. Es la guerra.
Madrid no parece soportar el protagonismo catalán y se ha buscado su propio guión. A Mariano Rajoy, sin embargo, no le gustan ni lo uno ni lo otro porque sabe que son su auténtico talón de Aquiles. Ahí es donde se la juega de verdad, ni siquiera en el perdón a dos velocidades de ETA, el posible fiasco del juez Llarena o las comprometedoras declaraciones de Cristóbal Montoro. Ahora mismo la Puigdemontdependencia asfixia de tal manera al Gobierno español que le deja a los pies de los caballos por culpa del 155 en la non nata negociación de los Presupuestos. A su vez, el fundado riesgo de la pérdida del poder de la Puerta del Sol, incluso más allá de la hipotética victoria a la catalana de Ciudadanos, obsesiona al presidente porque en el fondo de esa taza asomarían los malos presagios de las generales. Un descalabro en la Comunidad madrileña sacudiría de tal modo la espina dorsal del PP -la Alcaldía ahora mismo es asunto menor para su dirección- que contaminaría el propio futuro de Rajoy, el ritmo de su sucesión y la liquidación de cuentas de una legislatura tan anodina como estéril. Todo por culpa de Cifuentes, paradójicamente considerada hasta su máster junto a Núñez Feijóo y Ana Pastor las personas con mayor ascendencia ante el líder de los populares. Tan segura cree estar la presidenta madrileña de que conserva en medio de la tempestad semejante persuasión que se ha refugiado de las múltiples flechas incendiarias que le acechan en un supuesto apoyo de Rajoy. Al hacerlo, en medio de la indignación y la incredulidad de la mayoría de sus compañeros divididos entre los bandos Cospedal y Maíllo, parece olvidarse de que así compromete peligrosamente al jefe de Gobierno.
Bajo la tormenta, el PP ha optado por sacar el ventilador de las vergüenzas ajenas y así enfangar el terreno para que el partido se juegue en el barro, donde se desenvuelve con destreza. En principio le ha servido para colocar en un sandwich a Ciudadanos, que se ve entre la espada y la pared ante la moción de censura que asoma irremediable y que le obligará a retratarse cuando hubiera preferido la salida rentable de la comisión de investigación para fustigar el hígado a los populares. Quizá no puedan ir más allá cuando la fiscalía saque sus conclusiones, pero seguirán estirando la goma en medio de la melé. Es una cortina de humo que, en realidad, apenas distrae la atención sobre una Cifuentes acosada y hasta ridiculizada para la posteridad, pero que desnuda también la pomposa ambición de decenas políticos sin distinción ideológica ni de sexo. El retrato descarnado, en definitiva, de una tipología ética deplorable que ayuda a comprender de paso el paupérrimo nivel de más de una institución, académica incluida. Ahora bien, semejante vodevil apenas representa una distracción puntual comparada con la tormenta perfecta que parece conjurarse en el bando de la izquierda. No es de fácil digestión conocer en el mismo día que el PSOE pretende fichar a Carmena -nada disgustada, ojo, con el halago que entraña la propuesta- y que Carolina Bescansa desvela sin querer un plan para derrocar a Pablo Iglesias en compañía de Iñigo Errejón. La venganza se hace carne, otra vez, en Podemos y la irrupción de Tania Sánchez solo es una muestra. Precisamente, cuando Pedro Sánchez había dado la orden estratégica de poner todos los huevos en la cesta de la unidad de la izquierda como terapia de grupo para almidonar un pacto tras las generales de 2019 sobreviene este nuevo ajuste de cuentas en la coalición. Madrid, más que nunca, el escaparate cortesano de la ambición.