Poco importaba que el PP hubiera obtenido sólo un raquítico 8,5% de representación política en Catalunya. Anunciando que las elecciones las había convocado él, pudo protagonizar y protagonizó el primer acto de la campaña aunque ésta aún no hubiera comenzado oficialmente. Dando a entender que esta ronda la paga él, en su papel de virrey, Mariano Rajoy ya cogió carrerilla en Barcelona proclamando que el 21 de diciembre va a haber “urnas, pero de verdad”, urnas para que las llenen los buenos catalanes-españoles-europeos, esos mismos buenos ciudadanos que vienen sufriendo en silencio la hemorroides del desprecio, la marginación y el adoctrinamiento del independentismo felizmente vencido por el Estado de Derecho.
Pudo verse en Barcelona a un Mariano Rajoy eufórico, levantando el brazo de Xavier García Albiol, su candidato desgarbado, lenguaraz y ultramontano, que se ha venido arriba mofándose de los encarcelados, subido a la ola del desprecio y la barra libre del ultraje a todos los independentistas. Primer acto, pues, de una campaña electoral que pretenden desigual, con el españolismo enardecido preparando la revancha. El independentismo catalán, mientras tanto, se lame las heridas del desenlace traumático de un procès avasallado por el artículo 155 y se abre en canal reconociendo errores, tomando posiciones de partido y aguantando el chaparrón por no haber medido bien sus fuerzas.
Debería ser objeto de estudio en las facultades de Periodismo, o de Sociología, o de Ética, el abrumador bloque informativo que se ha adueñado del relato del conflicto catalán a medida que las instituciones elegidas democráticamente iban cumpliendo su hoja de ruta. Ni en los más crudos días del denominado Plan Ibarretxe, con ETA a tiros y la kale borroka asolando las calles vascas, se conoció un frente mediático tan unánime, tan devastador, tan parcial, contra una iniciativa política defendida desde las instituciones y sin asomo alguno de violencia. En esta batalla por anticiparse al relato, apropiarse de él y difundirlo, no ha habido ni siquiera la disparidad de la competencia. La prensa con histórica reputación de respetabilidad y progresismo ha hocicado al mismo tiempo y en las mismas heces del insulto y la embestida que la prensa amarillista, la del facherío y la carcundia. Contra el procès y contra sus dirigentes han opinado y opinan con virulencia tertulianos televisivos y radiofónicos, han babeado impunes editorialistas en páginas ilustres o en espacios del marujeo, compitiendo todos ellos en virulencia.
Mariano Rajoy, a pecho descubierto, ha ido a Barcelona como telonero electoral de una campaña en la que ya está ganado el relato, porque en esa Catalunya que dicen del adoctrinamiento, la estafa y la mentira casi el 80% de los ciudadanos reconocen su atención habitual a los medios informativos antes aludidos como beligerantes contra el procès. Otra cosa es que, desde su papanatismo atávico, los ejecutores de esa gota malaya crean que han convencido a los electores catalanes y que acudirán a las urnas ya curados de esa pavorosa enfermedad que les han inoculado Carles Puigdemont, Oriol Junqueras, Carme Forcadell y los Jordis.
El relato que se llevan de ventaja los de la supuesta y sufrida mayoría silenciosa catalana y que lucen como medallas los creadores unionistas de opinión, tiene por argumento que no hubo referéndum, que la gente votaba cuantas veces le daba la gana, que los Mossos d’Esquadra son cómplices, que los porrazos de los policías españoles fueron mentira, que Puigdemont es un cobarde, que los consellers son unos payasos, que los independentistas catalanes son la vergüenza de Europa, que los dirigentes detenidos y presos han reconocido ante el juez que todo fue una broma, que la mitad de la población está avasallada, que miles de empresas huyen despavoridas de Catalunya, que el Govern ha engañado al pueblo catalán incauto, que los Junts pel Sí han acabado desunidos y a la greña, que por supuesto se proclamó la independencia, claro que sí, que Rusia estaba implicada, que de presos políticos nada? Todo ello aderezado con una retahíla de insultos, injurias, escarnios y ensañamiento contra el independentismo catalán que, por extensión, vale para Catalunya y para cualquier otro independentismo.
Este es el relato, y con él pretenden salir a ganar las elecciones del 21-D. El artículo 155 ha devuelto la normalidad a una Catalunya insurrecta, rebelde y sediciosa, dicen. Bueno, quedan unos cuantos presos por haberse ciscado en la ley y en la Constitución que nos hemos dado entre todos, pero esa es una cuestión menor.