La corrupción estaba ahí, porque mientras mirábamos todos a Catalunya en los juzgados fermentaban casos varios que se instruyen, se juzgan y quedan a la espera de sentencia. Son cadáveres que afloran, o el palo mayor de un pecio que asoma cuando baja la marea, o esa torre de campanario que despunta en un pantano durante la sequía para recordarnos que ahí, bajo el agua, hay un pueblo inundado. Pues debajo de la espuma catalana estaba la corrupción del PP, cierto que a veces hibernada, esperando para volver a primera plana como un baldón que contamina el discurso político.

El caso Gürtel, visto ya para sentencia, es el primero de un rosario de juicios que están por venir y que no parecen haber hecho mella en el grueso del electorado español. Y eso es muy preocupante porque alimenta la idea de que robar no pasa factura política y esa escasa exigencia anima a los mangantes a seguir saqueando, en nombre del partido, las arcas públicas. Yo creo que si Rajoy salió vivo de los mensajes que se cruzó con Bárcenas casi nada de lo que venga ya minará su imagen. Ni siquiera el hecho de que por primera vez el PP (sí, todo el PP, las siglas) tenga que responder en un proceso penal por haber destruido las pruebas que pudiera albergar el ordenador de Bárcenas.

No sé si les pasa a ustedes, pero cuando escucho a Rajoy hablar del cumplimiento de la legalidad y de la inhabilitación que a su juicio merecen otros políticos, inmediatamente veo una columna escrita con caligrafía exquisita y un tanto antigua donde pone “M. Rajoy”. Es entonces cuando caigo en la cuenta de la anormalidad en la que se ha instalado la política española, digiriendo con facilidad un tren de escándalos con denominación policial: Gürtel, Púnica, Lezo, etc. Y los papeles de Bárcenas, claro, donde inexplicablemente se libran los donantes (es decir, los presuntos corruptores) y se pasa de puntillas sobre los receptores de sobresueldos.

Alguna responsabilidad tiene también la oposición, incapaz de configurar una alternativa creíble que pudiera poner fin a este lamentable estado de las cosas públicas. En Valencia, donde los despachos apestaban a cloaca y corría el dinero de las mordidas como moneda de uso corriente, fueron necesarios dos ciclos electorales completos para acabar con el poder corrupto. Pero se logró. No sé cuánto tiempo hará falta para que cunda el ejemplo, pero España ya va tarde en esto de poner coto a la corrupción. Lo peor es que el PP cree que puede convivir con los muertos en el armario porque no ha iniciado una sola acción encaminada a regenerar sus estructuras.