son las tres pes en las que insiste Puigdemont y sobre las que bascula el independentismo catalán desde que el sábado, primer día de la República, el president dirigiera un mensaje casi institucional a la ciudadanía. Digo “casi” porque eligió un exterior de la delegación de la Generalitat en Girona y no el escenario solemne del Palau. Para esa hora, ya tenía tomada la decisión de lo que iba a ser su futuro inmediato: un extraño exilio preventivo. Hoy, en Bruselas, ha repetido el mensaje algo más matizado. Nada de resistencia a costa de funcionarios que, mala suerte, tienen familias que acostumbran a comer. En el resto, adelante.

Es humanamente comprensible que uno quiera librarse de la cárcel a la que injustamente quiere llevarle Maza (o sea, el Gobierno español), pero políticamente los pasos que se han ido dando desde el viernes no aquilatan la República sino que refuerzan la idea de una autonomía intervenida sin demasiado esfuerzo. Hasta el 21-D, porque ese es o debiera haber sido siempre el terreno. La calle cuenta para la épica, y las urnas para la estadística. Así que me quedo, de entrada, con la última p, la de perspectiva para comprender (si llego a hacerlo) la aparente contradicción que supone estar fuera y dentro a la vez, saltar de la legalidad española a la catalana pero funcionar en las dos a un tiempo.

Y eso que, de entrada, me parece un acierto plantar cara en las urnas del 21-D, porque espacio que no ocupas, espacio que te ocupan. Venezuela, sin ir más lejos. Pero no se trata de que me lo parezca a mí, sino que sea su electorado el que acepte este viraje. Ahí es cuando entra la paciencia.

Lo dicen todos: esa gente que sale a la calle cada vez que se lo piden, que está demostrando un civismo intachable, que resiste los porrazos siguiendo al pie de la letra la consigna de no caer en provocaciones, que salta cuando escucha al President decir que ya está la independencia y que se apaga cuando la suspende en menos de un minuto, que se siente traicionada con unas elecciones pero al mismo tiempo aplaude participar, etc, esa gente, digo, tiene una inmensa paciencia.

Y la perseverancia, ¡qué complicado! Porque “mantenerse constante en la prosecución de lo empezado, en una actitud o en una opinión”, que eso es perseverar según la RAE, es un arma de doble filo. Sí, resulta hasta épico y enormemente coherente, pero cierra muchas puertas si uno busca un acuerdo que desatasque el enorme lío porque resta flexibilidad, descarta la cesión y provoca una ausencia de duda que no es buena para guiarse de manera práctica en el laberinto en el que está ahora mismo Catalunya. Y España, claro, aunque ese es otro cantar.