en un lugar íntimo del Congreso, una voz de ERC menos tremendista que las de Joan Tardá y Gabriel Rufián imploró hace un par de días a una diputada de peso en el PSOE que “dejéis una puerta abierta en la comisión”, en una referencia expresa al buenismo que Pedro Sánchez ha ideado -avalado a la fuerza por Mariano Rajoy con el escepticismo de Ciudadanos- para articular una vía política de descompresión al imparable desafío soberanista de Catalunya. Suponía semejante ruego el único rayo de esperanza que las fuerzas constitucionalistas han detectado mientras asisten tan impávidas como aterradas al fatídico desenlace de la pétrea apuesta de un referéndum de legalidad imposible que avala un Govern ensoberbecido por el creciente reconocimiento de la prensa internacional y las desaforadas respuestas de fiscales, jueces y policías. Apenas supone una migaja de optimismo, en suma, a la que ocasionalmente se suma el portavoz del PDeCat antes de que le desautoricen desde Barcelona pero que rápidamente es ninguneada por el estremecimiento que provoca imaginarse hasta dónde puede llegar la más que segura confrontación de mañana en las calles y pueblos -sobre todo- catalanes, volcados mucho más en la defensa de los derechos democráticos que de la independencia.
Del balance de ese parte de guerra en el que acabará convertido con toda seguridad el 1-O dependerá el rumbo a seguir desde el día siguiente en el imprescindible debate de la cuestión territorial que ha venido para quedarse indefinidamente hasta que quede resuelta.
Las previsiones en Madrid rozan el dramatismo porque no existen elementos mínimamente razonables que amortigüen la presunción más alarmante. En el Congreso se contiene la respiración allá por donde mires en un estado de incredulidad por el escenario tan tremendista al que ha abocado la triste derrota de la política en su máxima expresión del diálogo entre diferentes. Si los inevitables incidentes de mañana adquirieran tal dramatismo que traspasan por sí solos las fronteras -basta sencillamente una marea desbordante-, el fundamento de la desconexión catalana quedaría revalorizado porque colocaría al Gobierno español en la diana del descrédito democrático y retorcería hasta la incredulidad la vía del diálogo que se pretende con la comisión de la reforma constitucional. La presión sería sofocante para Rajoy, consciente de que su tancredismo en este caso con la prensa internacional ha permitido a Puigdemont -reveladora la duración de su entrevista en una televisión francesa- ganar la partida del relato independentista y de la esencia democrática, que es peor. En esa coyuntura tan adversa, el PP comprometería en exceso la solidaridad que el PSOE le viene prestando por razones de Estado y que tampoco le resta apoyos en las últimas encuestas que demonizan, en cambio, la postura de Unidos Podemos.
En medio de esta esquizofrenia a la que tampoco son ajenas las discrepancias tácticas en Junts Pel Si, quizá sea el patriota español Albert Rivera, catalán de origen, quien mejor intuye cuál será la trama de los próximos capítulos. Para el líder de Ciudadanos, quizá más enemigo visceral del nacionalismo que Jaime Mayor Oreja, la auténtica épica radica en la Declaración Unilateral de Independencia (DUI) que intuye inmediata y para la que insta fervientemente a hacerla imposible. Rivera -elogiado en el centro-derecha por su discurso inequívoco en este debate- no quiere que Rajoy vuelva a equivocarse como ya le ocurrió con el simulacro del 9-N.
Para evitarlo, le recuerda que siempre tiene a mano suspender la autonomía para que ninguna institución pueda emular a Lluis Companys ni el balcón de la Generalitat ni siquiera en el Parlament. Hay muchas voces políticas y juristas que coinciden en el error del Gobierno de no haber aplicado con anterioridad el desenfocado por manido artículo 155 de la Constitución para haber evitado las patéticas escenas de detenciones indiscriminadas y demandas judiciales demasiado precipitadas e incoherentes. En realidad, cómoda situación, momentánea eso sí. El presidente sabe que cuando escucha “a por ellos” no está perdiendo votos. Otra cosa bien distinta sería que mañana se desparrame la irracionalidad. Y puede ocurrir.