Barcelona - “He visto el atropello a mi lado. He visto cómo pillaba a la gente. Y hemos echado a correr”. Aintzane Urrutia, 24 años, vecina de Santutxu, no podía articular palabra. Apenas hora y media después del atentado y sin salir del hotel donde la policía les había confinado, esta bilbaína todavía balbuceaba, en plena conmoción. “Estamos muy nerviosos, hay niños aquí, la gente no sabe lo que pasa y nos han cerrado las puertas por si vienen los terroristas”, decía a las siete y media de la tarde. A las diez y cuarto de la noche, seguían dentro.

Paseaba con su ama Pili y su hermana Zuriñe, de 28 años, por La Rambla, cuando pudieron driblar por centímetros la tragedia. “Íbamos por la parte central de La Rambla, donde están todos los puestos y hemos dicho hay mogollón de gente, no se puede ni andar, y ha sido cruzar hacia la zona de la izquierda y pasar eso. Menos mal que cruzamos a la izquierda, si no la furgoneta nos pilla de pleno. Gracias a eso lo puedo contar ahora porque la furgoneta se ha quedado a nuestro lado, pegada al quiosco”. Sin poder sacudirse el horror, Aintzane relata que “se oía muchísimo ruido, a mucha gente gritando, todos corriendo y nos hemos metido en el primer portal que no sé ni de lo que era”, dice esta bilbaína recordando la paz que ha tenido hasta julio en la guardería donde trabajaba y que, a punto ha estado de truncarse para siempre.

Con el susto metido en el cuerpo, -apenas llevaban unas horas en la Ciudad Condal ya que pensaban embarcar esa misma noche en un barco rumbo a Cerdeña-, el primer contacto de Barcelona no ha podido ser más fatal. “Ha sido todo muy rápido. Hemos oído golpes muy fuertes. Hemos visto cómo la furgoneta atropellaba a muchísima gente, a una chica la ha lanzado por los aires. Hemos visto heridos justo al lado... Cómo le hacían la reanimación a un señor que sangraba mucho... Había gente que estaba muy mal en el suelo”. Aintzane ni siquiera sabe cómo pudieron huir de aquella zona cero. “Hemos podido entrar en el portal, pero la policía nos mandaba salir y nos han metido en un hotel. Nos han subido a una salita y aquí estamos”, relataba a las siete y media de la tarde. “Después nos han cerrado las puertas para que nadie pudiera entrar porque parecía que los terroristas estaban atrincherados en un bar pero hay policías con armas corriendo para todos lados”, resumía. Aintzane, Zuriñe y Pili, muy nerviosas, rezaban por su suerte, con sus cabezas y sus almas aturdidas por una tragedia que tardarán en olvidar.

“La gente corría desesperada” De forma más sosegada, pero igualmente consternado, relataba su odisea Marcelo Alderete. “Estaba al principio de La Rambla comprando en una tienda e inmediatamente vi una estampida. Fue caótico porque la gente salió huyendo de las terrazas, dejando allí sus cosas tiradas, sus consumiciones a medias, la gente corría desesperada, todo el mundo estaba muy asustado, la circulación de coches se detuvo porque las personas invadían la calzada”. “Nos acercamos -prosiguía- para ver que ocurría si era un atentado, una pelea... y vimos gente en el suelo herida, otras personas inmóviles o inconscientes que me imagino eran fallecidos, gente quejándose de dolor, gente que estaba socorriendo a otras personas. Era terrible. En apenas unos tres minutos han llegado las ambulancias, la Policía ha cercado el perímetro... Y de repente, escuchamos otro golpe muy fuerte y hubo otra estampida. Fue todo muy caótico. Gente corriente por donde podía, buscando refugio en tiendas, restaurantes, todos cerrando las persianas, los cuerpos de seguridad peinando los alrededores de la Rambla en busca de los atacantes y sobre todo mucho miedo”.

Marcelo no podía sacudirse el pesar. Este chileno residente en Barcelona desde hace tres años, estaba ayer, contra pronóstico, en el centro de la ciudad. “Es curioso, pero cuando sucede algo como lo de ayer, la adrenalina se dispara, solo cuenta el instinto de supervivencia. Y uno no piensa, solo atina a hacer lo hace el resto, que es correr. Uno cree que esto solo pasa fuera. Pero le puede pasar a cualquiera”, explica.

Un poco más alejado asistió a la barbarie David, que iba a comprar unos libros para su doctorado de Filosofía.“Todo pasó cuando bajaba por rambla Catalunya en mi bicicleta y llegando a Rosselló comenzó el jaleo. Vi escenas de auténtico pánico”. David confiesa que siempre pensó que podía ocurrir algo así “pero creí que sería en el sistema de transportes, específicamente en la estación de Plaza Catalunya, donde convergen muchas líneas de ferrocarriles y metro. Pensaba más en una bomba pero no en un atropello masivo”, dice este residente. David, que reparte pizzas a domicilio por la noche, teme por su seguridad. “El jefe nos ha dicho que no cierra, pero me parece muy raro ir a repartir en medio de esta conmoción”, admite este colombiano que reconoce que el cuerpo le pide alejarse de estos puntos calientes porque viene de un país experto en sufrimientos.