Bilbao - ¿Cómo tuvo conocimiento de la desaparición de su tío José Lete, del batallón Loiola, desaparecido cerca de Legutio?
-En casa había una foto de él, que era teniente de gudaris, pero nadie me respondía quién era. La historia se ha ido abriendo luego a la familia y yo he ido investigando con los datos que teníamos. Existe un monolito donde dicen que hubo bombardeos, y la familia todos los años hacía una conmemoración.
Su familia vivió muy de cerca la crudeza de la Guerra Civil.
-Somos de Antzuola y sí, cuatro hermanos de mi padre fueron al frente.
¿Cómo quedó la familia?
-Mi padre fue herido y le llevaron detenido a Guadalajara, a trabajos forzosos. Otros dos hermanos pudieron volver y sufrieron el silencio y la represión franquista. A otro hermano, el quinto y que no fue a la guerra, le hicieron un consejo de guerra por hablar en favor de ellos en el pueblo.
El silencio reinaría en la época franquista de puertas para afuera. Pero, ¿y de puertas adentro?
-Siempre hemos mantenido el recuerdo. Entre los familiares hemos mantenido la memoria y ahora lo que deseamos es un reconocimiento a las personas que lo dieron todo por el pueblo, por la democracia vasca.
Pasado el franquismo, ¿la Transición trajo el restañamiento de las heridas de la Guerra Civil?
-Se han ido restañando las heridas, puede; pero al final nos falta parte de la historia en nuestro tío desaparecido en la Guerra Civil. Para ir curando esas heridas, para cerrar efectivamente esas heridas, es necesario que dignifiquemos a nuestros familiares.
¿Cómo llegan al banco de ADN puesto en marcha por Gogora?
-Conozco personalmente a personas de Gogora y acudí a darles los datos históricos que tenía. Creo que están realizando un trabajo muy bueno y seguiremos luchando por conocer dónde está mi tío hasta que podamos.
No cesarán de buscarlo...
-Mi tío tenía dos hijas, pero ya son mayores. Una nació cuando estaba en el frente, así que ni siquiera lo conoció. Nosotros quizás no conozcamos el final de la historia, porque quizás se encuentren los restos de aquí a 15 o 20 años. Pero el banco de ADN quedará ahí, y nuestros descendientes podrán estar ahí para conocer la historia de sus familiares. No es el final de una historia, sino el principio.