El Consejo de Seguridad anunció que tiene ya un candidato de consenso para sustituir a Ban Ki-moon como nuevo secretario general de la ONU: se trata del portugués Antonio Guterres.

La noticia fue dada en una histórica rueda de prensa conjunta de todos los embajadores que forman parte del Consejo de Seguridad. Y esta imagen de los quince embajadores refleja un proceso que por vez primera ha abierto ciertos espacios de transparencia y participación. Por primera vez el listado de candidatos ha sido público con mucha antelación, se ha generado cierto debate público, ha habido participación social e incluso se han celebrado audiencias con cada candidato en la Asamblea General.

Los habituales de esta columna ya estaban sobre aviso. En julio decíamos aquí que “si me piden una apuesta, les diría que solo la potentísima candidatura del portugués Antonio Guterres hace sombra hoy por hoy” a otras que por aquel entonces tenían más fuerza, como la de la búlgara Irina Bokova.

La verdad es que, por las normas no escritas que fomentan en la ONU la rotación regional, correspondía el cargo a un europeo del este. Había importantes candidaturas de esta región, como la citada de Bokova, a la que el abrazo del oso ruso le ha hecho muy flaco favor.

El resultado ha sido interpretado como un fracaso alemán (por su decidido apoyo a Georgieva) o un fracado ruso (por su apoyo a Bokova) pero yo lo veo más como un fracaso de la zona de Europa oriental por no haber sabido identificar un candidato regional de consenso que fuera aceptable para el resto de la comunidad internacional. Entre las diplomacias vencedoras destacaría a la francesa, los primeros en secundar la candidatura de Guterres.

El resultado, si quieren que les avance ya mi opinión personal, me gusta. Guterres es un hombre respetado en la ONU, tanto entre los diplomáticos como entre los funcionarios que han trabajado bajo su dirección. Su mandato al frente del Alto Comisionado para los Refugiados ha tenido, en muy difíciles años, más luces que sombras. Ha obtenido el respeto de los países donantes, de los países en conflicto y de las víctimas y de la sociedad civil. No es poco.

Como ex primer ministro le debemos suponer capacidad para ponerse en la piel de los estados, de sus lógica, necesidades y limitaciones. Como exalto funcionario internacional le sabemos conocedor de la Organización de las Naciones Unidas y sus entresijos, de sus frustrantes limitaciones pero también de su enorme potencia.

De Guterres se ha destacado su carácter diplomático (tanto en el sentido profesional de la palabra como en el coloquial), de buen escuchador, persona comprometida y de fácil trato, capaz de trabar consensos y acuerdos entre diferentes. En los pasillos y mentideros de Ginebra se cuentan anécdotas en las que el nuevo secretario general sale bien parado.

Éramos muchos los que apoyábamos que tras ocho secretarios generales varones desde 1945, tocaba ya una mujer al frente. Era el momento. Había buenas candidatas. Había cierto consenso internacional de muy alto nivel? y sin embargo ha sido elegido un hombre.

¿Por qué? El factor ruso ha pesado mucho, tanto por su absorbente respaldo a una como su rechazo a otra de las favoritas. La inconsistencia regional ha perjudicado a todas. Finalmente Antonio Guterres era una candidatura muy buena que concitaba el visto bueno de muchos y, sobre todo, la oposición de nadie.

Queda cierto sabor agridulce. Es un muy bien candidato, pero era cierto y sigue siéndolo que toca ya, tras 71 años, una mujer. Y sin embargo -¡una vez más!- debemos esperar a la próxima ocasión.