Mariano Rajoy calcula sin fanfarronería alguna que será otra vez presidente. Seguro de sí mismo, en medio de un clima endiablado como siempre para el acuerdo, se permite pronosticar en voz baja pero firme ante sus más próximos que repetirá mandato desde el 1 de agosto. Eso es poderío y los demás, un puñado de nervios por su incierto futuro. Y es muy probable que acierte. A tamaña profecía le avalan, de momento, una más que previsible victoria en la noche del 26-J que no rebate ni su mayor enemigo y mucho menos el CIS, junto a una interminable guerra cruenta en la izquierda por la enemistad manifiesta entre el PSOE y el nuevo socialdemócrata Pablo Iglesias, que dinamita hoy más que hace un mes cualquier atisbo de gobierno alternativo sobre todo si se produce el sorpasso de los sondeos.

Ante semejante coyuntura y para resolver de una vez ese jeroglífico aún enmarañado desde el 20-D por la polarización solo quedará por limar la hojarasca que desparramará un doliente Albert Rivera apenas unos días para así ser consecuente con sus advertencias. Lo hará el líder de C’s clamando en el desierto por ese recambio imposible de un Rajoy que ya para entonces asomará crecido dentro y fuera del PP por su incuestionable éxito personal, que aborta para mucho tiempo la rebelión de algunos rabiosos aznaristas y de un ramillete de jóvenes impetuosos.

Paradójicamente, y valiéndose de aquel insólito y criticable desplante al rey para regatear su proceso de investidura, Rajoy parece emerger cual estratega sibilino. Sin rasguño alguno, carcajeándose de quienes siguen esperando que la malla de la corrupción le atrape o siquiera le haga tropezar solo o en compañía de otros, ve, sin embargo, cómo el desanimado Pedro Sánchez avanza hacia el precipicio empujado por sus errores dialécticos, la amenaza insoportable de Susana Díaz y las trampas saduceas de Podemos. Incluso le ha dado tiempo a presenciar el ridículo bochornoso del independentismo institucional catalán afeado por una cuadrilla de crecidos antisistemas.

Inhiesto, mientras libra más afable y distendido una campaña en la que impulsará la figura de Iglesias como su principal enemigo para asegurarse el voto del miedo, Rajoy solo piensa cómo adecuar la oferta para que Ciudadanos y PNV le aseguren siquiera el arranque de una legislatura por la que casi todos apenas dan dos años de vida. Pero con el PP gobernando otra vez.