la nueva y tediosa campaña electoral que como ciudadanos debemos soportar deriva de la vanidosa irresponsabilidad compartida a partes iguales por los representantes de la llamada vieja y nueva política: al final las cuatro grandes formaciones a nivel estatal persiguen lo mismo y Maquiavelo sigue muy presente en esa estrategia revestida de discursos tan enfáticos como huecos, concretada ni más ni menos que en llegar al poder y conservarlo. Esta nueva carrera a la busca del voto reaviva el protagonismo al debate en torno a los nuevos liderazgos sociales y políticos en las redes, en el universo de Internet y el recurso a las nuevas tecnologías en la política.
Antoni Gutiérrez-Rubí, experto en comunicación estratégica, ha marcado hace tiempo tendencia: los políticos tienen que salir de sus sedes partidistas e ir a las redes sociales. Sigue habiendo escépticos que proclaman la irrelevancia de todo aquello que se mueve, se opina, se debate y se construye en la dimensión virtual de Internet, pero la realidad se impone y no solo entre los jóvenes potenciales votantes.
La comunicación es cada vez más una materia prima estratégica para los gobiernos, y el control de Internet otorga al poder que lo ejerce una ventaja estratégica decisiva. En el siglo XIX Inglaterra dominó el mundo gracias al control de las vías de navegación planetarias. Salvada la distancia, la metáfora histórica revive en el presente: quien domina Internet domina y crea opinión local, estatal y mundial.
También en la política vasca esta dimensión on line va cobrando mayor protagonismo y cada vez con mayor frecuencia los dirigentes políticos de las principales fuerzas políticas vascas recurren a esta herramienta de difusión no como mera moda o prueba de su adaptación a los tiempos actuales sino como elemento troncal para la difusión de su discurso político.
Lentamente, pero algo se mueve: la organización tradicional de los partidos políticos, anquilosada en tiempos ya superados, debe responder a la imparable necesidad de cambio y de regeneración derivada de una nueva cultura política, impulsada en buena medida por las tecnologías sociales cuyo principal exponente es la red, es Internet. La transformación de la comunicación política a través de Twitter es catártica y quien no se adapte a esta técnica comunicacional pierde terreno e impacto clave para que su discurso político cale socialmente.
Se ha hablado mucho en torno al proceso electoral que condujo hace ya casi ocho años a Barack Obama a la presidencia de los EEUU. No todo se explica por el estratégico dominio que logró en el ámbito de las redes sociales porque sin discurso o sin contenido no hay liderazgo ni político ni social, pero sin duda la red, Internet, fue decisiva en la movilización pro-Obama y en la socialización de su tan retórico como brillante discurso. En la campaña actual a la presidencia de los EEUU esta dimensión on line va adquiriendo cada vez mayor peso y una vez despejados los candidatos de los dos grandes partidos eclosionará esta vía de movilización del voto ciudadano.
Ha llegado, y para quedarse, una nueva dimensión de la política, basada más en la auctoritas que en la potestas, menos anclada en las clásicas jerarquías verticales partidistas, menos soportada en camarillas internas y en cerrados escenarios de poder, y más centrada en la capacidad para cohesionar y movilizar recursos y equipos.
Ante el desapego del ciudadano frente a la política, la movilización de tanta potencial energía vital para la acción política puede encontrar un filón en el universo Internet: un modelo de partido pensado fundamentalmente como maquinaria electoral abandona las referencias cívicas del activismo crítico.
La Red está en permanente ebullición mientras que las estructuras clásicas y anquilosadas de los partidos políticos languidecen. Esta nueva cultura digital puede aportar una ola de regeneración social, un impulso de fuerza política que logre poner en conexión movimientos políticos y sociedad civil, basado en compartir la creación de propuestas electorales, en superar la verticalidad organizativa y en alcanzar fórmulas más abiertas y puntuales de colaboración.
Son señas de identidad de un futuro de la política que ya es presente también en el terreno de la política vasca.