Venezuela representa ahora mismo la patología psiquiátrica de un dictador, la crueldad hiriente del hambre y el aniquilamiento de las libertades en medio de una conmoción internacional que apela al diálogo imprescindible. Pero, también, encarna la inesperada probeta de ensayo ideológico en la precampaña española del 26-J. Este exógeno imán sobre el que construir toda una ácida trifulca partidista emerge obscenamente capaz de minimizar a un mes de las elecciones el debate imprescindible y pendiente sobre cómo afrontar sobre bases sostenibles y creíbles la recuperación económica y la rehabilitación social, aún pendientes.

Ha bastado una simplista relación entre el previsible sorpasso de Podemos y su vinculación ideológica al régimen chavista para que desate el irrefrenable ataque de nervios en el resto del colectivo de grandes partidos, Gobierno incluido. Quizá se podría atinar mucho más: sin el creciente viento demoscópico a favor de Pablo Iglesias, Venezuela no sería objeto alguno de discusión en Madrid más allá de las cuatro bromas macabras sobre las excentricidades temerarias de Nicolás Maduro, el incesante apoyo de la derecha económica a la oposición de Leopoldo López o la suerte de las empresas españolas en un país a la amenazante deriva propia de un estado de excepción.

Podemos, en su embrión, encendió interesadamente la mecha de Venezuela y tácticamente ni siquiera la quiere apagar ahora que le acecha el fuego cada vez más vivo. Más allá de las recurrentes alusiones polémicas de los críticos con su financiación, la nueva formación pasa de puntillas sobre el creciente deterioro civil y económico del país bolivariano en un gesto que enerva las conciencias democráticas. Por ahí han abierto el agujero a socialistas -Felipe González y Rodríguez Zapatero-, PP y de una manera especial a Albert Rivera para que les afeen su ideario y comprometan su conducta -posiblemente con mucha razón en ambos casos- en medio de una cruzada por la teórica salvación de Venezuela que parece embadurnada de cosmética y, principalmente, carente de propuestas tangibles.

Bien está la humanitaria preocupación por Venezuela desde el brazo solidario pero debiera hacerse en una medida ajustada para así no olvidarse del compromiso consustancial de los grandes partidos españoles con su propia ciudadanía, a quienes deben soluciones para sus reivindicaciones aún pendientes tras el fiasco del 20-D y años anteriores. No es aconsejable para la credibilidad democrática que Mariano Rajoy convoque al Consejo de Seguridad Nacional curiosamente apenas unas horas después de que su principal rival ideológico haya acaparado sin esfuerzo portadas e informativos. Tampoco es alentador que Podemos no distinga la dictadura del diálogo ni la fuerza militar de la discrepancia. ¿Acaso no será Venezuela y su estremecedora derivada hacia el abismo el escapismo hábilmente compartido por los partidos con opción de gobierno para desplazar del exigente día a día qué hacer con el déficit y la deuda y cómo rehuir los recortes exigentes de Europa sin encarar nuevas lacerantes reformas?