Txillarre es uno de esos lugares anónimos de Euskadi en el que han tenido lugar acontecimientos trascendentales en la historia del país pero que sigue siendo un gran desconocido para la mayoría de sus gentes. En este caserío de Elgoibar situado en un valle en las faldas del monte Izarraiz y mirando a la cresta del Karakate, cerca del alto de Arrate, empezaron a reunirse hace quince años largos Arnaldo Otegi y Jesús Eguiguren para hablar de política. Durante años dialogaron al calor del fuego de la chimenea azuzada por Pello Rubio, el dueño de Txillarre y organizador de aquellos encuentros que fueron el germen de un proceso que, con el paso del tiempo, llevó a ETA y al Gobierno español a los contactos que abrieron la puerta al final de la violencia y a las conversaciones de Loiola, hasta que la organización armada lo dinamitó todo con la bomba en la T-4 de Barajas. Otegi sale de la cárcel de Logroño este martes tras seis años y medio de condena por el caso Bateragune. Pello Rubio y Jesús Eguiguren le esperan en Txillarre para seguir con las reuniones, aunque ya en un escenario político radicalmente distinto.

El acceso al caserío Txillarre no es fácil para el visitante. Tras dejar atrás el núcleo urbano de Elgoibar hay que subir por una carretera sinuosa y luego tomar un camino vecinal. A primera vista es uno más de los cerca de sesenta caseríos que se le alojan en este valle luminoso a dos kilómetros escasos del centro de Elgoibar, no muy lejos de donde nació Arnaldo Otegi. Pello Rubio, zumaitarra de origen y elgoibartarra de adopción, vive en esta casa desde 1990 rehabilitada prácticamente con sus propias manos. Los invernaderos que rodean la morada delatan su dedicación a la agricultura ecológica a la que se afana en cuerpo y alma. Fue uno de los pioneros en esta modalidad y la venta, incluso por internet, de este tipo de productos y a esa actividad sigue ligado pese a estar jubilado. Pero seguramente también fue el primero en ensayar un modelo de relación entre representantes de diferentes familias políticas claramente enfrentadas por la violencia que, sin pretenderlo, con el paso de los años derivó en unas reuniones claves en el devenir político de Euskadi.

En este idílico lugar se reunieron durante años hasta en cincuenta ocasiones o más Otegi, Eguiguren, Francisco Egea, Pernando Barrena y, ocasionalmente, otros políticos destacados del Partido Socialista y de la izquierda abertzale, con Pello ejerciendo de anfitrión y dinamizador de los debates. Cuesta creer que en semejante remanso de paz y tranquilidad durante los complicados y convulsos primeros años de este siglo un buen número de policías de paisano y agentes de los servicios secretos españoles merodearan la casa tras la pista de los cinco de Txillarre. La foto conjunta de todos ellos era el trofeo que se querían cobrar aún a riesgo de echar por tierra unas reuniones que cambiaron el curso de los acontecimientos dentro de la izquierda abertzale y ETA, así como del Gobierno español durante el mandato de José Luis Rodríguez Zapatero.

Antes de su salida de prisión pasado mañana, Eguiguren y Rubio visitaron a Otegi en la prisión de Logroño hace dos domingos. Los dos coinciden en verle con mucha energía y ganas, “aunque con un punto de preocupación porque la gente piensa que va a solucionar todos los problemas que pueda haber en Sortu con la aparición de Podemos y otros factores; hay demasiadas expectativas puestas sobre él cuando salga y nota esa presión”.

¿Le vieron con la energía de un candidato a lehendakari?

-PELLO RUBIO: No le queda más remedio que dar el paso porque no hay otra alternativa, pero tampoco busca esa ambición. Sortu está como está, las elecciones autonómicas están a la vuelta de la esquina y, por tanto, él es un poco la esperanza de su gente y no puede defraudarla.

-JESÚS EGUIGUREN: Me da la sensación de que cuando salga no va a ser el mismo que conocimos. No va a tener la misma capacidad y vitalidad. Casi siete años en la cárcel son muchos, pero como es un animal político verá el panorama e intentará hacer lo que pueda.

Pello y Jesús comparten una amistad profunda. La misma que les une con Otegi, pese a que entre ellos la brecha política e ideológica es evidente. Han pasado muchas horas juntos conversando sobre política, sobre el futuro de Euskadi, sobre el fin de ETA y la violencia en general, sobre las detenciones de miembros de la organización armada y las ilegalizaciones de marcas de la izquierda abertzale, sobre treguas y atentados... en definitiva sobre la historia reciente de este país azotado en las últimas cuatro décadas por la violencia y la ausencia de algunas de las libertades y los derechos más básicos. Desde el año 2000 entre los muros de este robusto caserío han compartido momentos de gran intensidad y conversaciones peliagudas en torno a una mesa de madera robusta junto al fuego bajo y la cocina, con el Guernica de Picasso presidiendo la sala al lado de unas armas antiguas. En este ambiente acogedor los juntó un buen día Pello y así durante años.

¿Por qué los reunió en su casa?

-P.R.: Primero, allá por 1999 se lo planteé a Paco Egea y Arnaldo Otegi. Los tres nos conocíamos de Elgoibar y éramos amigos, aunque procedíamos de mundos completamente distintos en muchos sentidos. A los tres nos gustaba hablar de política y pensé que la mejor manera de hablar es en torno a una mesa, sentarnos, comer o cenar y hablar. Sin ninguna otra pretensión ni objetivo. Como amigos.

Así fue como empezó todo. Pello militó en su día en la Liga Komunista Iraultzailea (LKI), era lo que coloquialmente se conocía como un trosko, que militó en su día en ETA VI Asamblea. “Nos llamaban putos españolistas por aquel entonces”, recuerda. De ahí pasó a la militancia sindical durante el franquismo y en esos años conoció a Otegi. “Yo tenía 17 años, estuvimos juntos en las protestas y manifestaciones por Txiki y Otaegi”. A Paco Egea le conoció en la empresa de la que era directivo. Egea ha sido miembro del PSE y llegó a ser consejero de Justicia y Trabajo del Gobierno Vasco durante el último mandato del lehendakari José Antonio Ardanza. Tras varias reuniones, un día Egea -vecino del mismo barrio y amigo de infancia de Otegi- propuso sumar a la mesa a su también amigo y compañero de partido Jesús Eguiguren. Aceptaron de buen grado y poco después fue Otegi el que propuso incorporar al foro a Pernando Barrena. La cuadrilla de Txillarre quedó así conformada para el año 2001, dos años largos después del fracaso de Lizarra-Garazi y en plena oleada de atentados de ETA contra cargos políticos, sobre todo socialistas. Fueron los años en que murieron los concejales del PSE Froilán Elespe y Juan Priede o el consejero del Gobierno Vasco Fernando Buesa y su escolta Jorge Díez.

¿Cómo eran sus conversaciones con atentados de por medio?

-J.E.: Fueron los momentos de mayor tensión en todo este tiempo. Con un atentado no te apetecía reunirte.

-P.R.: Se paraba todo, no se hacían las reuniones durante un tiempo, pero éramos conscientes de que luego había que seguir.

-J.E.: No veía por dónde podía salir la luz al problema, pero establecimos una especie de agenda para avanzar: análisis de las experiencias pasadas, estudio de las experiencias internacionales, diagnóstico de la situación vasca, claves para el futuro y propuestas de acuerdo. Con todo, lo más importante es que aquí se fue fraguando el posterior contacto entre el Gobierno español y ETA. Ese era el objetivo y dejar a un lado todo lo que impedía hablar claramente.

-P.R.: Yo veía que estaba surgiendo una empatía entre dos mundos muy distantes, una complicidad que era muy necesaria para avanzar.

La discreción fue una de las claves para la existencia del grupo. Otegi y Eguiguren se jugaban su carrera política y la de sus partidos si los sorprendían juntos. Una foto conjunta hubiera sido demoledor y tirado al traste horas de acercamiento y negociación. Pello también se ocupaba de ello y se encargaba de coordinar las salidas y llegadas de sus invitados. En muchas ocasiones iba a recogerlos a sus domicilios para traerlos en su furgoneta, a veces incluso entre las cajas de frutas. En el caso de Eguiguren la cosa tenía mayor complicación pues había que despistar a sus guardaespaldas recurriendo cuando era necesario a mentiras piadosas.

Mantuvieron el cenáculo bajo secreto hasta que Zapatero llegó a La Moncloa en las elecciones del 14 de mayo de 2004, tras el atentado del 11-M en el que murieron 191 personas por las bombas de los yihadistas en los trenes de Madrid. El hasta entonces presidente español José María Aznar pagó sus mentiras y las de sus ministros sobre la autoría de los atentados -trataron de endosársela a ETA cuando la evidencia apuntaba inequívocamente hacia el yihadismo- con la pérdida de unos comicios que los sondeos pronosticaban claramente a favor del PP. “Las mentiras de Aznar y sus ministros -recuerda Pello- cambiaron el rumbo de las elecciones y también de nuestras reuniones”.

¿Qué supuso la victoria de Zapatero?

-J.E.: Se nos apareció la virgen. Esa misma noche electoral llamé a Ferraz para decirles que quería hablar urgentemente con ellos. Luego llamaba repetidas veces a La Moncloa para que me pasaran con el presidente. No se ponía al teléfono. Un día me vino Patxi [López] y me dijo que le avisaron desde presidencia que yo estaba llamando continuamente y que debía seguir un cauce. Pero finalmente me atendió y le expliqué en qué andábamos. Me remitieron a Rubalcaba (ministro del Interior) y le expliqué todo. Se puso al tanto nada más decírselo, es muy listo, aunque tuvo sus reparos porque creía que ETA volvería a los atentados por mucho que nosotros habláramos en Txillarre. En los últimos tres años no hubo atentados con muertos; aunque solo fuera por eso merecía la pena. Dijeron que era una forma muy rara de hacer estas cosas porque no seguíamos la formalidad habitual. Si Otegi quería mandar un mensaje al Gobierno, les llamábamos desde aquí si hacia falta.

-P.R.: Es entonces cuando empieza a moverse lo de la Declaración de Anoeta de la izquierda abertzale, en noviembre de 2004, en la que Otegi propuso la doble mesa -política entre partidos y técnica entre ETA y el Gobierno- y que, en la mesa política, ETA asumiera que Batasuna le representase. Moncloa sabía con antelación y al detalle lo que iba a ocurrir en el velódromo, y también lo que iba a decir Otegi. Lo mandamos desde aquí por fax. También entonces tuvo lugar el mitín de Zapatero en el Kursaal de Donostia en el que el presidente español lanzó unos mensajes presentando a Otegi como un hombre de paz. Algo empezaba a moverse en el escenario y algunos hilos se movían desde aquí.

-J.E.: El Gobierno español era consciente de que lo que le llegaba era auténtico. No le llegaba a través de informes de los servicios secretos o de la Guardia Civil, no eran estos cuerpos de seguridad los que le informaban de lo que pensaba Otegi. Era yo el que directamente le certificaba que su voluntad era acabar con esto.

¿Y empezaron a contactar con ETA?

-J.E.: Yo le decía a Otegi: ‘Vamos a dejarnos de tonterías. Tú tienes acceso a ETA y yo al Gobierno. No necesitamos a nadie de fuera para ponerlos en contacto. Lo más sencillo es que tú me traigas una carta de ETA y yo se la entrego al Gobierno. Y si el Ejecutivo quiere contestar, te la traigo y te la entrego’. Lo que en teoría era un problema tremendo se resolvió de esta manera tan natural.

Se exponían mucho con esta forma de hacer las cosas.

-J.E.: A Otegi le podían acusar de colaboración y buscamos otra persona de confianza para esta tarea. Primero lo intentamos a través del cardenal vasco-francés Roger Etchegaray. Paco y yo estuvimos en el Vaticano, se lo planteamos pero declinó. Nos dio una clase de diplomacia: “El Vaticano confirma pero no bautiza”, nos dijo. Lo entendimos a la primera. Luego fue un conocido dirigente socialista de Iparralde el que hizo de intermediario, con la única condición de hacerlo “siempre y cuando no perjudique a la República francesa y tenga la autorización del Gobierno francés”. Fue él personalmente a contarlo a París y accedió a mediar.

¿Cómo gestionaban este tipo de situaciones?

-J.E.: Le citaban en lugares extrañísimos en Baiona, en fábricas oscuras y lugares así. Luego iba yo cogía la carta y hacíamos un poco de trampilla porque la abríamos y la leíamos antes de enviarla a Madrid para saber lo que decía. Este no es un detalle menor porque de esa forma sabíamos lo que iba a leer el Gobierno español y así podíamos decirle cómo debía de contestar para que la cosa siguiera adelante. Así se hicieron las entregas entre las cartas que se cruzaban el Gobierno y ETA, en mano. En medio estábamos nosotros, que también abríamos las de ETA para adecuar las respuestas del Gobierno. Creo que es lo mejor que hicimos, porque lo hacíamos de manera directa y sin vincular demasiado al Gobierno, que podía alegar en cualquier momento que eran cosas de estos locos que se reúnen en Txillarre.

-P.R.: Todo esto sale y aguanta porque se hacen las cosas de esta manera tan natural. Si llegamos a utilizar unos sistemas de espionaje muy sofisticados, esto seguro que no sale.

Fue así que a principios de agosto de 2004, ETA envió una carta oficial al Gobierno a través de un peculiar canal, que comenzaba en un cura vasco-francés y continuaba por intermediarios, llegaba hasta Eguiguren y, a través de este, al Gobierno español.

-J.E.: La carta se la entregué a Rubalcaba que estaba veraneando en Santander. Fui allí y se la entregué. El destinatario era el presidente del Gobierno español pero aún así, Rubalcaba la abrió allí mismo. Entonces comprendí que lo de abrir las cartas no era pecado, aunque fueran para otra persona.

Unos meses después, en enero de 2005, Otegi envió una carta a Zapatero, asesorado por Eguiguren, en la que pedía al presidente español que encabezase un intento de final dialogado de la violencia a cambio del final del esquema de concentración de partidos abertzales. Zapatero le respondió en breve en un mitin en el Kursaal en el que dijo que estaba dispuesto al diálogo si se daban las condiciones necesarias.

¿Cuándo se pasó de las cartas a los encuentros directos con ETA?

-P.R.: Fue a la tercera carta, ETA propuso una cita en Ginebra a través del Centro internacional de Diálogo Henry Dunant. Ellos organizaron la logística y el contacto.

-J.E.: El Gobierno español aceptó la cita aunque dudó porque era un salto importante sobre lo que habíamos hecho. Tardó bastante en contestar hasta que Paco y yo les apretamos y aceptaron que fuera a Ginebra.

En un momento de la conversación, a Eguiguren se le escapa que Txillarre es “su segunda casa”. Y no resulta extraño conociendo a Pello, su caserío y entorno y las fuertes vivencias que han pasado junto durante años con Otegi, Egea y Barrena. Tan estrecho es su vínculo que el entonces presidente del PSE y parlamentario le pidió que le acompañara a su cita suiza con ETA. Era un domingo cuando se lo planteó y aceptó sin remilgos. Pello le recogió en Donostia y su primera misión fue quitarse de encima a los guardaespaldas que les seguían a cierta distancia rumbo a un destino distinto al verdadero. A la altura de Tolosa tomaron una salida diferente a la prevista y lograron zafarse de ellos. “Era necesario hacerlo y funcionar de esa manera tan... clandestina”, reconocen. Así condujo toda la noche hasta Ginebra para llegar a la cita en el hotel Wilson a las 10.30 de la mañana del lunes 21 de junio de 2005. No apareció nadie. Eguiguren llamó a los facilitadores para dar cuenta del plantón. Tenía que volver urgentemente a Euskadi ya que el martes se celebraba en el Parlamento de Gasteiz el debate de investidura de Juan José Ibarretxe como lehendakari y el PSE necesitaba todos los votos y más para tratar de impedirlo. Los de Henry Dunant le prepararon otra cita esa misma tarde en otro hotel de la misma ciudad. “Me llevaron a un hotel, me subieron a un salón, abrieron la puerta y allí estaba Josu Ternera (Josu Urrutikoetxea). Nos presentaron: ‘Este es Miguel, el representante del Gobierno español y este es George, el representante de ETA’. ¡Cómo si no le conociera después de haber compartido asiento varios años en el Parlamento Vasco, antes de que él huyera! Nos dimos la mano y yo le dije que íbamos en serio. Y él lo mismo. De vuelta a casa, en el camino, llamó Rubalcaba para informarse y cuando le dije que me recibió Ternera se sorprendió y vio que ellos también iban en serio”. Los siguientes viajes a Ginebra los hizo sin Pello.

Pese a sus precauciones y medidas de seguridad, no pudieron evitar que les descubrieran.

-P.R.: Fue el CNI [los servicios secretos españoles] el que apareció por aquí el 2 de mayo de 2005. Le vimos y pensábamos que quería sacar fotos del grupo. Decidimos salir cada uno por su lado y en momentos diferentes. Yo llevé a Jesús a Donostia. Subimos en coche para arriba y allí estaba el hombre en el coche. Se me olvidó coger la matrícula cuando pasamos a su lado y decidí dar la vuelta para cogerle la matrícula, pero entonces vi que nos seguía.

-J.E.: Le cogimos la matrícula y al día siguiente hice mis investigaciones creyendo que era alguien de ETA que me vigilaba, pero tras las pertinentes comprobaciones me dijeron que estuviera tranquilo, que “es de los nuestros”.

A partir de entonces, el grupo empezó a cambiar sus rutinas e incluso el lugar de sus reuniones. Algunas las convocaron en Azpeitia e incluso en Nafarroa, “porque aquello estaba cogiendo una deriva muy peligrosa”, rememoran. Ya por esas épocas, Txillarre había dejado de ser el escondrijo de los cinco. Con la victoria de Zapatero había tomado tal oficialidad que empezaron a asomar por allí el socialista Rodolfo Ares -este sí con sus guardaespaldas-, Frantxua Maitia, amigo de Eguiguren y miembro del Partido Socialista francés, y los miembros de la izquierda abertzale ilegalizada Rufi Etxeberria y Olatz Duñabeitia. Txillarre bullía política en aquellos momentos y era difícil que todo aquel jaleo pasara inadvertido para los vecinos, la prensa y los servicios secretos. Parecía el parque temático del conflicto vasco o, como Pello y Jesús sostienen, una “secuencia de Mortadelo y Filemón”.

¿Miraban debajo de la mesa y de los cuadros si había micrófonos?

-P.R.: Alguna vez sí pensamos que había algún aparato de esos. Me acuerdo de que Arnaldo un día trajo un detector para ver si había algo.

-J.E.: Fue de chiste porque vino diciendo que aquel artilugio era el último grito y que inhibía todas las ondas, las que entraban y las que salían, y que estábamos seguros. Fue decir eso y me sonó el teléfono (carcajadas). Yo le dije: “Vaya terroristas que estáis hechos”. En ese sentido era todo muy chapucero. También desde el Gobierno, que actuaba como Mortadelo y Filemón.

-P.R.: Utilizábamos los mecanismos de clandestinidad más elementales: usar lo menos posible el teléfono, lo que suponía mucho trastorno y mucho coche, pasar los recados verbalmente, no utilizar escoltas. A Arnaldo le he traído alguna vez en la parte de atrás de la furgoneta, entre las cajas de verduras (risas).

-J.E.: Nos dimos cuenta que lo más natural era lo más clandestino. Si yo hubiera ido a Suiza en avión, me hubieran controlado. En el coche de un amigo es más difícil.

¿Hasta cuándo se han prolongado las reuniones?

-P.R.: Hasta que Arnaldo fue detenido. Primero estuvo dos años en Martutene y al salir volvieron a juntarse cinco o seis veces hasta que le detuvieron de nuevo. Yo no era consciente de lo que podía ocurrir, íbamos día a día, avanzando sin un objetivo final. Las cosas han ocurrido así. Si en vez de ser Jesús y Arnaldo son otras dos personas, no estaríamos hablando de esto. Nada de esto habría ocurrido.

Cuando salga Otegi, seguro que volverán a juntarse aquí.

-P.R.: Ahí dentro está (señala el mueble bar) la botella de champán esperando ese momento.

-J.E.: Le dejaremos a Arnaldo que pase esta ola que le viene encima y luego ya dirá él cuándo juntarnos.