Una tras otra, con un didáctico rigor técnico, desmonta Pedro Luis Uriarte todas las falacias del discurso de tirios y troyanos sobre el Concierto y el Cupo vascos. Tiene motivos para saber de lo que habla, lo que no es necesariamente una ventaja en un entorno en el que no es preciso cumplir ese axioma para vocear eslóganes aprendidos.
El rigor no es suficiente, por más que una salva de aplausos culminara su exposición ayer. Por eso concluyó reclamando un compromiso de defensa y difusión a los presentes. Por el temor, o simplemente la constatación, de que para atacar el Concierto no hace falta conocerlo, pero para defenderlo hay que saber de su papel fundamental en lo que hoy es el sistema de bienestar de este país. Y la sensación de vivir en medio de una burbuja de despreocupación social en la que el modelo de financiación es una constante caída del cielo a la que no hay que prestar atención es tan real que cuando Uriarte invocó ayer ese fantasma nadie se extrañó.
El peor enemigo de esa toma de conciencia es el tono del debate político y sus prioridades. Porque se impone el mantra falaz de fácil repetición que evita otras preocupaciones: los vascos somos insolidarios, somos privilegiados y tenemos un paraíso fiscal. Por eso los españoles no alcanzan niveles de renta de la vanguardia europea y nadie de quienes han gestionado la obligación de propiciar ese escenario en los últimos 35 años tiene que dar otra explicación. Y, en casa, el sucursalismo de unos y la estrategia de ruptura a costa de lo que sea de otros reduce considerablemente la nómina de defensores.