este fin de semana, aunque las cadenas de televisión ya se han encargado de alargarlo a cualquier día, los campos de fútbol se van a volver a llenar de un espectáculo que no tiene parangón. Por deporte, sí, pero por otras muchas cosas. No tiene comparación respecto a la multitud que mueven, al dinero que circula alrededor de él, a los sentimientos (buenos y malos) que genera, a la identificación grupal, y en eso el fútbol sí que puede considerarse como el deporte rey.

Pero tamaña proporción (o desproporción, no lo tengo a veces muy claro) permite considerar este fenómeno como un reflejo de casi todos los comportamientos que anidan en nuestra sociedad. Del fútbol salen los gestos solidarios más repetidos y aplaudidos, la parábola del pobre convertido en rico que ayuda a toda su prole, los ejemplos de esfuerzo sostenido, el compañerismo, la recompensa al trabajo? y la cara B, de esa misma sociedad: la corrupción alrededor del dinero fácil, la cultura del pelotazo (por cierto, la RAE debería haber incluido esta acepción más allá de la de “golpe dado con la pelota de jugar”), las trampas y, por supuesto, la violencia.

Hace una semana unos ultras mataron a otro ultra. Lo han comparado con el caso de Aitor Zabaleta, el seguidor de la Real Sociedad apuñalado en las inmediaciones del Vicente Calderón hace ahora 16 años. No me parece justa, incluso es dolorosa, la comparación. Aitor iba con su novia a disfrutar de un partido, no quedó a intempestivas horas para partirse la cara. Pero sí es bueno recordar este caso cuando nos referimos a los asesinos. Son, dicho en sentido figurado, los mismos.

Si nos vamos al juicio por aquel crimen, encontramos alguna razón que explica este nuevo episodio. La Fiscalía renunció a considerar a Bastión, integrado en el Frente Atlético, como una asociación criminal. El asesino, Ricardo Guerra, formaba parte de esos grupos. La consecuencia inmediata es que el Atlético Madrid no se sintió obligado a tomar medida alguna. Lejos de ello, siguió dando facilidades en forma de locales, prebendas, entradas al grupo en el que anidan estos asesinos.

Pero lo intolerable, esa condescendencia, se convierte en delictivo desde que se aprobó en julio de 2007 la “Ley contra la violencia, el racismo, la xenofobia y la intolerancia en el deporte”. Dicen los expertos -lo ratificó Esteban Ibarra, del Movimiento contra la Intolerancia, en Onda Vasca- que es un buen texto. Lo que sucede es que su aplicación ha sido nula sin que la fiscalía haya intervenido de manera decidida. Veremos qué hace ahora.

Comparen lo que dice la ley con lo que hemos visto en los campos. Prohíbe y hace responsables a los clubes además de los autores materiales todo tipo de exhibiciones que inciten al odio y la violencia. Sí, también todos esos cánticos ofensivos, las pancartas nazis, los símbolos de apoyo a organizaciones terroristas, etc... Vamos, que prohíbe casi todo lo que hacen estos ultras del fútbol cuando llegan a “su grada”. Porque es “suya”, es territorio vedado para cualquiera que no sea de su manada.

Ahora dice el Ministro de Interior, supongo que para diluir el clamoroso fallo policial que derivó en la batalla campal a orilla del Manzanares, que se va a poner en marcha una lista negra de hinchas a los que se prohíba la entrada en los campos. Vaya, leyendo la ley de 2007 uno hubiera pensado que ya estaba en marcha. De hecho, los clubes están obligados a llevar ese registro y comunicarlo a las autoridades.

Pero quizás lo más desesperante ha sido la timorata reacción de los dos clubes implicados que, además, tienen antecedentes. Nada menos que dos muertos a sus espaldas cada uno. El Atlético de Madrid ha hecho un paripé: romper relaciones con el Frente (eso supone que las tenía) y al día siguiente recordarles a todos sus integrantes que pueden ocupar la misma localidad. Todos juntos, la manada. Y El Deportivo de La Coruña, aún más extraño: vaciar la grada de los Riazor Blues dos partidos y reubicar a los de siempre en otras localidades. Pero nada tan desolador como Lendoiro consolando a los ultras. En Euskadi, por menos, ya estaba en la cárcel.