en medio de la agitación política y social derivada de una semana marcada por la abdicación del monarca, la política vasca sigue dominada por el análisis de los resultados de las elecciones europeas, su posible extrapolación a las dos contiendas electorales del próximo año 2015 (las municipales y forales, por un lado, y las elecciones estatales por otro) y la catarsis provocada en las filas socialistas. El PP trata de hacernos ver que ha salvado los muebles (debe ser cierto eso del crecimiento negativo), y por último en el debate en torno a la disputa PNV/Bildu por la hegemonía dentro del voto nacionalista/abertzale han surgido variadas reflexiones centradas en el binomio debate identitario frente a confrontación de modelos de gestión ante la situación de crisis económica.

En medio de este contexto, el Gobierno vasco apuesta por combinar pragmatismo e identidad abierta, sin complejos ni contradicciones, porque es perfectamente compatible preocuparse de los problemas de los ciudadanos vascos y a la vez potenciar el autogobierno de forma solidaria y eficaz. La intensa labor de gestión interdepartamental está tratando de consolidar un modelo de crecimiento económico basado en la competitividad, la productividad, la innovación y el equilibrio social.

La apuesta por mejorar la competividad de las empresas vascas, consolidada tras años de gestión, ha dado como resultado un tejido industrial sólido y mejor preparado para afrontar la actual coyuntura económica, y con un motor de desarrollo impulsado por la innovación. ¿Es eso defender al empresario frente al trabajador? ¿Supone todo esto olvidarse de las personas? ¿Es esto una política "de derechas" (sic)?

Bajo la ortodoxia de los politólogos cabría preguntarse si acentuar el perfil pragmático del Gobierno vasco supone desnaturalizar la estrategia identitaria. La respuesta, en el contexto de crisis económica que nos rodea, es clara: captar la atención y la confianza de los ciudadanos vascos requiere huir de la retórica, y exige descender a datos concretos que permitan recuperar la fiabilidad en las instituciones y en sus líderes. La política requiere las justas dosis de épica y la actuación anclada en la responsabilidad de quienes gobiernan. Las promesas audaces suenan muy bien, pero acaban frustrando tanto a quien la escucha y nos la ve realizadas como a quien las ha trasladado demagógicamente a la ciudadanía.

La estructura política del mundo (y el Estado español no es una excepción) transcurre cada vez más a niveles horizontales. La verticalidad, representada por polos estatales centralizados, de exclusiva competencia y responsabilidad, deja paso a múltiples centros de decisión a todas las escalas. La descentralización a través de centros propios de decisión es la única fórmula válida para gobernar con eficiencia una realidad tan atomizada.

En Euskadi, al igual que en el resto de naciones del mundo, hemos de acuñar un nuevo concepto de ciudadanía multinacional: el respeto a las identidades nacionales emergentes es la clave para alcanzar una lealtad y equilibrio recíprocos. Solo desde una soberanía fragmentada y compartida podrá entenderse el ejercicio del derecho de autodeterminación, que no equivale (frente al interesado simplismo de muchos debates) a un mero derecho de secesión, sino al pleno desarrollo de medidas de autonomía política.

El lenguaje político del nacionalismo vasco del siglo XXI debe partir del reconocimiento de identidades duales en Euskadi, del reconocimiento de un sentimiento de pertenencia complejo. La realidad, disfrazada o al menos opacada gracias a un potente entramado mediático, es que el nacionalismo españolista se muestra mucho más excluyente que las restantes identidades periféricas (como la nuestra). Este debate se entremezcla con las recetas de gestión ante una crisis de gran magnitud: es la primera vez en la historia moderna que coinciden temporalmente (e interactúan entre sí) una triple crisis económica, financiera y energética.

La clave para enjuiciar a nuestros políticos ha de ser apreciar su sentido de la realidad y su capacidad de comprensión, más que sus conocimientos. En la práctica política no existe una ciencia de la toma de decisiones, y hasta el momento, en su misión de tratar de superar esta dura crisis, se está haciendo en Euskadi un digno trabajo de gestión.