LA semana ha sido pródiga en acontecimientos que se pueden calificar de hitos. Ahí está la Vía Catalana celebrada con motivo de la Diada. Una cita en la que no hubo margen a las dudas. Quien acudió lo hizo con una demanda clara y unívoca, sin dobleces ni margen a multiplicar las interpretaciones. La propia demonización del acto independentista por parte de las voces que -en Catalunya pero fundamentalmente en Madrid- se oponían a él colaboró a clarificar el asunto.

Lo de Catalunya no se puede medir al peso; aunque también soportaría el test, la voluntad de una sociedad es aquella que se expresa cuando tiene oportunidad de hacerlo. Si alguien quiere tomarle la medida, que lo haga en el mismo terreno de juego y enlace sus eslabones en su propia cadena popular de ciudadanos de Catalunya. Resultó pobre que Soraya Sáenz de Santamaría recurra a un juego de balanzas para contrapesar a los movilizados con los ausentes. Lo leal sería que su Gobierno mida ahora en esa balanza los 10,8 millones de votantes que le sustentan con los 24,5 que no lo hacen, como le pedía esta semana Francesc Homs. Le saldrá una mayoría silenciada por su rodillo parlamentario.

La categoría de hito también la merece el acuerdo de PNV y PSE. Por su proyección a toda la legislatura; por su incidencia en materia fiscal, orientada a la sostenibilidad de los servicios públicos y la mejora de infraestructuras; por su orientación al fomento de la actividad económica y la superación de la crisis; y, en definitiva, porque en este país ya iba siendo hora de que los partidos se situaran por encima de sus propias desconfianzas y abandonaran la empalizada de agravios cruzados desde la que habían dejado de mirarse a la cara. Este escenario es aún un oasis en un desierto y requiere de un riego constante al que están llamadas el resto de fuerzas fundamentales del país.

No va a ser fácil pero tampoco imposible. La de lanzar dardos desde fuerza del acuerdo es una fase política. No es agradable pero está en el guion. Soportable si no se alarga porque, en breve, esos mismos saeteros tendrán que afrontar su propia responsabilidad de elaborar estrategias, sustentadas en presupuestos, que requieren reforzar el músculo fiscal. PNV y PSE lo han entendido. La capacidad de PP y EH Bildu de materializar sus propias políticas pasa por que lo entiendan también cuanto antes y acepten un diálogo pragmático, lo que significa ceder hasta un punto común.

Los mimbres de este nuevo tiempo se sustentan en que se ha roto con el rubor precisamente entre quienes más bilis acumulaban en el pasado reciente. Ahora, también el PP tiene una necesidad objetiva de dar cauce a su responsabilidad de gobernar en Araba y EH Bildu tendrá que pensar en ser más que el primer partido de la oposición porque también gobierna en un ámbito en el que debe de tomar conciencia, con un poco más de humildad, de su auténtica dimensión política e institucional, que no es de mayorías absolutas.

La primera valoración del acuerdo de PNV y PSE por parte de la izquierda abertzale llegó de Hasier Arraiz (Sortu) mediante un análisis retórico del acuerdo de consecuencias prácticas. Rechazarlo, como hizo, asociándolo a un modelo de "dependencia de España" es superficial. El momento requiere más que un eslogan. No se ven las características del modelo alternativo de Bildu -el de independencia de España- allí donde se contrasta con su estrategia de gestión. La ecuación en la que el sumatorio de abandonar la inversión en infraestructuras y renunciar a diseñar políticas de incentivos a la actividad económica y el empleo redunda en más independencia de España no hay quien la despeje. Y construir país distinguiendo a los guipuzcoanos de labortanos, vizcainos, alaveses o navarros a base de peajes es un contrasentido. La obligación de gestión de EH Bildu desborda la estrategia estática de administrar gasto y amasar recursos para repartir subsidios.

En el Partido Popular las urgencias no son menores. Ni a la hora de recaudar recursos ni a la de hallar socios que le permitan una gestión de iniciativa positiva para el próximo ejercicio. El punto de encuentro puede no satisfacer su dogma económico, pero es la vía hacia un presupuesto ejecutable. La exagerada reacción del diputado general alavés, Javier de Andrés, se vio corregida por autoridad superior -Arantza Quiroga- pero la cucharada de ricino va endulzada con la posibilidad de gobernar hasta el final de la legislatura foral.

El acuerdo que suscribirán PNV y PSE es un hito tras los desencuentros de los que está sobrado este país, pero sobre todo es la oportunidad de que el resto de fuerzas admitan que hay un tiempo nuevo que exige consensos prácticos. Los que exige el ciudadano y reclama aquí y ahora a los partidos porque hay trenes que pasan solo una vez.