RESULTA inevitable. Comienza septiembre, las vacaciones de verano quedan atrás y es imposible huir del topicazo de usar el símil de la vuelta a clase para contextualizar cualquier tipo de análisis. Ese tópico da demasiado juego como para renunciar a usarlo por mucha imaginación de la que uno haga gala. Volvemos, pues, a las aulas en estas páginas políticas, pero antes de deleitarnos con la ilusión de un nuevo curso que comienza y de disfrutar de ese inolvidable olor de los libros recién estrenados, algunos alumnos deben enfrentarse a las asignaturas suspendidas el curso anterior. Ya saben de lo que hablo. A pesar de las diversiones veraniegas, arrastras la pesada carga de lo que queda pendiente y debes resolver a la vuelta. Tratas de distraerte en la playa y de divertirte de fiesta en fiesta, pero tal y como Marcellus Wallace le advertía en Pulp Fiction a Butch el boxeador mientras trataba de comprarle, sientes una punzada en la cabeza, es tu conciencia que te dice que deberías estar estudiando para aprobar en septiembre. Más o menos esta es la situación que habrá tenido que afrontar el Gobierno español durante este verano, porque a decir verdad, el número de asignaturas suspendidas por él, alcanza prácticamente un pleno.

El Gobierno, como cualquier mal estudiante que se precie, ha estado distrayéndose y sobre todo ha tratado de distraernos con algunos fuegos artificiales. Ha encontrado una mina en unos festejos que le han durado todo el verano, la siempre eficaz cortina de humo de la feria en honor de Nuestra Señora de Gibraltar. Mira que están requetevistos esos festejos, pero hay que reconocer que, en España, para distraer al personal patrio y hacer que no piense en otras cosas, no hay como montar una verbena en Gibraltar. ¿De dónde han aprendido esa lección los actuales gobernantes? No cabe duda de que su mentor en este caso, como en tantos otros, fue aquel Caudillo tan añorado por ese sector político, como demuestran los documentos escritos y gráficos de los fiestones de revival franquista que populares de todas las edades se han pegado este verano: cargos públicos e internos con banderas preconstitucionales, brazos en alto, exaltaciones del 18 de julio, justificaciones de crímenes de Franco? y como colofón, pintada gigante reivindicando a Hitler en una corrida de toros en Pinto, donde el Ayuntamiento pepero se pasa por el forro el respeto institucional aducido cínicamente en Iruñea para retrasar el txupinazo y ordena que continúe el espectáculo. Y que conste que no me sorprende. Lo único que me sorprende es que, algún incauto, desde el nacionalismo vasco, cayera en el juego de la derecha española asumiendo la responsabilidad del uso de la ikurriña en el incidente de la víspera de San Fermín.

Hablando de txupinazos, por ahí han ido las maniobras de distracción popular en nuestras cercanías gracias a un pirómano nostálgico de los años de plomo ochenteros buscando a toda costa un protagonismo del que carece su insulso e inútil puesto político, que debería pertenecer, en todo caso, a un funcionario cualificado.

Pero ha llegado septiembre y el PP debe enfrentarse a sus exámenes pendientes. En el carro de suspensos que acumula, se enfrenta a dos huesos que se antojan insuperables. Por un lado, el entramado de financiación ilegal de su partido. Por otro, el examen que se celebrará el día 11 en las carreteras de Catalunya, donde la sociedad catalana entonará el Adéu Espanya. Se acabaron los festejos. Bienvenidos a la realidad.