Bilbao. EN el comedor de Nuria Manzanares hay dos retratos imposibles de actualizar. Son los de sus hijos Silvia y Jordi, fallecidos con 13 y 9 años en el atentado de Hipercor. A Nuria no le hace falta mirar sus fotos. Se acuerda de ellos cada día. Y así lleva veinticinco años. "Siempre los tengo en mente, pero cuando llegan estas fechas, estás más sensible y empiezas a pensar que ya los tendrías grandes, que ya podrías ser abuela...". Su voz se quiebra al otro lado del hilo telefónico.
Nuria Manzanares > víctima
"No sería capaz de reunirme con quien ha matado a mis hijos"
Ironías de la vida, Nuria no es considerada por ley víctima del terrorismo, a pesar de que aquel 19 de junio de 1987, en el que ETA explosionó un coche bomba en un hipermercado de Barcelona, perdió a tres miembros de su familia. "Mi hermana estaba con mis hijos ya en el coche para salir. Murieron en el parking por unos minutos".
Desvelado el fatal desenlace, Nuria rebobina unas horas la cinta de su tragedia. "La Silvia le pidió a mi hermana que le acompañara a comprar un bañador porque se iba de viaje de fin de curso. Se vino a despedir a la peluquería que yo tenía y al segundo entra el Jordi, de 9 añitos, corriendo y dice que también va. Quédate con la yaya. No, me voy con ellas y se fueron". Lo peor es que se fueron para siempre. "Imagínate, de verlos al mediodía, tan contentos, y un besito y adiós, a no verlos más. Es lo peor que nos ha podido pasar en la vida", acierta a decir antes de que la emoción le embargue nuevamente la voz.
Dos meses después Nuria se enteró de que estaba embarazada. "Me tuve que quedar en estado antes de pasar eso, porque después mi marido y yo estábamos en el otro mundo, locos. Por suerte mi hijo Enric nos ha aferrado un poquito a la vida y tiramos para adelante".
Pero un hijo no tapa el vacío de otro y mucho menos de dos. "Convives con ello, pero tenemos secuelas. A mi marido en el 92 le detectaron un tumor, le operaron, y en enero le han vuelto a detectar otro. Yo tuve que dejar la peluquería y sigo con depresión". Pese a sus historias clínicas, el Ministerio del Interior no les considera víctimas del terrorismo, por lo que únicamente reciben "una pensión bajita" por enfermedad común. A Nuria le indigna, pero no por el dinero, sino por el reconocimiento. "Que a otros por haber estado allí y haber tenido un arañacito sí les consideren víctimas y a nosotros, que nos han matado a dos hijos y a mi hermana, nada. Con todo lo que hemos pasado".
Pedirle a Nuria que perdone a los autores de la masacre es mucho pedir. "Nosotros desearíamos que estuvieran toda la vida en la cárcel, pero si la ley dice que han de salir y se han de reinsertar, pues lo acatamos. Ni mi marido ni yo somos vengativos, ni hemos pensado en tomarnos la justicia por nuestra mano, pero olvidar y perdonar no se puede. Es una cosa muy gorda".
Dolientes, lo único que desean es que "se haga justicia y que cumplan los años que han de cumplir en la cárcel". De encuentros cara a cara no quieren ni oír hablar. "Ni mi marido ni yo seríamos capaces de reunirnos con el terrorista que ha matado a nuestros hijos. Puede que los que tuvieron heridas se hayan repuesto, pero a nosotros por desgracia nos arrebataron a nuestros hijos y no nos hemos repuesto".
José Vargas > Pte. de Acvot
"Tengo clavada la imagen de una chica ardiendo como una vela"
Pasadas las cuatro de la tarde de aquel fatídico viernes, José Vargas hacía compras con su mujer y su hijo, de dos años, justo encima de donde explotó el coche bomba. "Se nos vino encima una gran llamarada, el techo, las estanterías y quedamos en la más absoluta oscuridad. Era el resplandor del fuego y los quejidos y gritos de la gente", relata. En ese momento, dice, no te duele nada. "Sólo piensas en salir de allí lo más entero posible". José guarda el atentado entre sus recuerdos "como si fuera una película" y siempre se le viene a la cabeza el mismo fotograma. "Tengo clavada en la mente la imagen de una chica con una gran cabellera ardiendo como si fuera una vela".
Curado de los cortes y golpes que sufrió, José cuenta que su mujer corrió peor suerte. "Se le rompieron los tímpanos y tiene secuelas del estrés postraumático. Sigue estando en tratamiento psicológico. En estas fechas cae en depresión. Hay muchos afectados que ahora se vienen abajo", afirma con conocimiento de causa, ya que preside la Asociación catalana de víctimas de organizaciones terroristas. La mayoría, asegura, se han recuperado de sus lesiones físicas. Las psicológicas son otro cantar. Su hijo, en cambio, no se hizo ni un rasguño. "Me eché encima del carro para amortiguar la onda expansiva y al crío no le pasó nada, pero dos años lo tuve que estar llevando a un psicólogo porque se despertaba por la noche haciendo bum, bum".
Lo mismo que tuvo que pagar el psicólogo de su hijo, José, que era comercial, también tuvo que financiarse de su bolsillo un nuevo coche, tras perder el suyo con la explosión. "Tuve que cambiar de trabajo para ganar más dinero y poder pagar las deudas en que me había metido como consecuencia del atentado". A día de hoy, apunta, todavía hay 35 víctimas de Hipercor sin cobrar indemnización. "Rubalcaba dijo en su día, como ministro del Interior, que el Gobierno lo iba a solucionar, pero hasta ahora", denuncia.
Esperanzado con esta nueva etapa sin violencia de ETA, lo único que espera José "de la banda es que se disuelvan, no que entreguen las armas ni pidan perdón". De hecho, le parecería una "buena medida" por parte de los presos ayudar a esclarecer los atentados que aún están sin resolver. "Para mí es más importante que colaboren con la Justicia que que venga un etarra y me pida perdón", reitera.
Aunque no le quita el sueño, a José le gustaría poder citarse con los autores del atentado. "Les preguntaría que por qué hicieron esta masacre y quién dio la orden". Partidario de estudiar el caso de cada preso de forma individual "y no a todo el colectivo por igual", el presidente de las víctimas catalanas no se opone al acercamiento. "A mí me es igual que un preso de ETA esté en Puerto de Santa María o al lado de su casa mientras cumpla la condena que la ley le ha puesto. Lo que no vería bien es que por el hecho de ahora donde dije digo, digo Diego y me quitan 15 años de encima. No, si tú tienes que cumplir 20 años, pues 20 años que cumples, y si no, antes de haber matado, haberlo pensado".
Dolors Closa > víctima
"Salió una bola de fuego y dije: se acabó todo, me quedo aquí"
Dice Dolors Closa que "aquello de que pasa la vida en segundos por delante es verdad". Lo sabe porque estuvo a punto de perder la suya en el atentado de Hipercor. "Estaba en el supermercado, oí un crac fuerte, luego un bum, se levantó el suelo delante mío y salió una bola de fuego. Me tapé la cara, me giré y me cayó todo encima, ardiendo. Fueron unos segundos y dije: se acabó todo, me quedó aquí". Pero no. Dolors salió por su propio pie, detrás de "una pareja de abuelitos que andaban poco a poco, cogidos de la mano, sin piel, sin ropa, ensangrentados. Esto jamás se me olvidará. Era dantesco. Al llegar a la puerta, se cayeron en redondo". Ella siguió caminando y, ya a salvo, se dio cuenta de que tenía quemaduras de segundo y tercer grado en las manos, los brazos y el cuello.
Cuando se enteró de que había sido víctima de un atentado, Dolors sintió "una impotencia bestial". "La vida humana no tiene precio. Que muera tanta gente por un ideal no lo entiendo ni lo entenderé nunca", afirma. Cicatrizadas las heridas de la piel, le quedaron muchos miedos. "Hubo un tiempo en que iba en el metro y si había aglomeración, me tenía que bajar, porque no podía, me cogía un sudor frío". Por más que puso de su parte, con un psicólogo y ejercicios de relajación, Dolors no levantaba cabeza. "Este atentado me arruinó la vida. Mi ex marido cogió un trastorno de personalidad y se volvió agresivo. Yo creo que fue a raíz del atentado, porque antes no había manifestado nada", cuenta con esa voz tristona de quien ha sufrido lo indecible.
Al dolor se sumó el olvido institucional. "Trabajo en la Diputación de Barcelona y no me llamó nadie, sólo los compañeros. Nadie me ayudó, ni se acordó de mí, laboralmente no me pude promocionar". Ni siquiera los atisbos de paz le hacen levantar el ánimo. "No me lo acabo de creer. Es fundamental que entreguen las armas y se disuelvan". También desconfía de la posible reinserción de los autores de la masacre. "Yo sí que he perdonado, porque si no me haría daño a mí misma, pero el que hace esto yo creo que no siente nada dentro. ¿Cómo se puede reinsertar una persona que no tiene sentimientos? No me lo acabo de creer. Lo siento. Es mi opinión. Ojalá fuera cierto".
José Vargas, presidente de la Asociación catalana de víctimas de organizaciones terroristas, junto al monumento a las víctimas en Barcelona. Foto: ACVOT
Nuria Manzanares y su marido, Enrique Vicente, que perdieron a dos hijos de 13 y 9 años en el atentado, en un fotograma perteneciente al largometraje documental 'Trece entre mil' de Iñaki Arteta. Foto: Leize Producciones
"Es más importante que colaboren con la Justicia que que venga un etarra y me pida perdón"
"Al crío lo tuve que llevar al psicólogo, se despertaba por la noche haciendo 'bum, bum'"