vitoria
el postzapaterismo, término que comenzó a publicitar el PP con ánimo de desgastar aún más la figura del presidente español, ha pasado a convertirse en una expresión de uso común. Con el nombramiento oficial de Alfredo Pérez Rubalcaba -previsto para el próximo sábado- como candidato a presidir el Gobierno español después de que José Luis Rodríguez Zapatero renunciara a un tercer mandato, el inquilino de La Moncloa ha reforzado su imagen de presidente en cuenta atrás. Durante el Debate de Política General, entonó el vade retro ante la posibilidad de un adelanto electoral, pero aprovechó su intervención para despedirse de su grupo. En el mejor de los supuestos, podrá desplegar sus políticas hasta marzo. De materializarse una convocatoria prematura, partirá en noviembre. Tras su despedida después de siete años de gestión, y ante la inminente escenificación de su relevo, es momento de balances.
A Zapatero le ha dado tiempo para intentar un proceso de paz y tratar de capear la crisis que negó. Su recorrido no ha sido fácil y ha tenido que lidiar con más de un contratiempo. Tuvo que enfrentarse al secuestro de los arrantzales del Alakrana después de que rechazara la propuesta del PNV a favor de ofrecer protección militar a bordo ante la amenaza de la piratería, y se situó en el foco de la huelga de los controladores de Aena -echó mano del Ejército para que se encargara del espacio aéreo- y el secuestro de cooperantes catalanes en África. A su favor computa su apuesta por el talante y su mayor accesibilidad, frente al inmovilismo del PP, particularmente durante la era Aznar. Su primera legislatura posibilitó desplegar una legislación progresista impensable mientras el bastón de mando obraba en manos de Génova, y su mandato ha alumbrado más traspasos para la CAV. Además, su intentona del proceso de paz sigue revistiendo al socialista de cierto halo de posibilismo.
Ha remodelado hasta en ocho ocasiones su gabinete -en la última de ellas, colocó a Rubalcaba en la Vicepresidencia, tomando el relevo de María Teresa Fernández de la Vega-, y ha corrido el riesgo de dejar en estado comatoso sus relaciones con los denominados nacionalismos periféricos al enzarzarse con la financiación catalana y al prometer que aceptaría el Estatut que aprobara el Parlament para, después, recortar en el Congreso la norma, que experimentaría otro tijeretazo en el Tribunal Constitucional. En cuanto a la CAV, la Cámara de los diputados rechazó en enero de 2005 la propuesta de Nuevo Estatuto Político del lehendakari Ibarretxe sin entrar a debatirla a pesar de que fuera refrendada por el Parlamento Vasco. En 2008, el Constitucional vetaba la consulta. Zapatero, asimismo, solo ha negociado los traspasos a suelo vasco en estado de extrema necesidad. En 2008 pactó in extremis y con el PNV la llegada de la competencia en I+D+i, mientras el pasado año se comprometió con el cierre del Estatuto de Gernika para sortear un adelanto electoral.
los comienzos El líder del PSOE, nacido el 4 de agosto de 1960, comenzó a acercarse al socialismo tras verse seducido por un mitin de Felipe González cuando contaba con 16 años de edad. Tres años después, se afilió a las juventudes del partido, y en 1986 se hizo con un escaño en el Congreso, con lo que se granjeó el título de diputado más joven de la Cámara. Fue en el año 2000 cuando emprendió su carrera a la presidencia del socialismo -ese mismo año relevó a Joaquín Almunia-, ante un incombustible Aznar que no perdía fuelle en las urnas y que tampoco se hundió con el Prestige. Pergeñó otra visión en el PSOE, la denominada Nueva Vía, que daba por buenos los mandatos de la economía de libre mercado -los mismos que terminaría aceptando años después para diseñar sus recortes-. En octubre de 2002 fue nombrado candidato a la Presidencia española.
Su apuesta por ejercer una oposición tranquila, que se tradujo en la propuesta del Pacto Antiterrorista que terminó suscribiendo el PP, y que se transformó en la defensa del talante para gobernar, únicamente se vio quebrada en lo concerniente a la guerra de Irak. Su momento cumbre como alternativa a José María Aznar llegó durante el desfile militar español de 2003, cuando decidió no levantarse al paso de la comitiva de Estados Unidos.
La postura del popular a favor de la conflagración contribuyó a minar la pujanza del Gobierno del PP, máxime después de los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid, acaecidos tres días antes de las elecciones generales. Aznar atribuyó la autoría a ETA incluso después de que Al Qaeda reivindicara la acción, lo cual motivó unas movilizaciones sin precedentes en las horas previas a la cita con las urnas. El descontento inclinó la balanza a favor de Zapatero, que triunfó con el 43,27% de los sufragios, frente al 37,81% del PP. El PSOE logró 164 escaños, lo que le privó de la mayoría absoluta y le obligó a fiar sus designios a la geometría variable, que consistía en no casarse con ninguna formación y en buscar acuerdos puntuales con distintas fuerzas para posibilitar la aprobación de sus leyes. Aznar, por su parte, sigue defendiendo su tesis del 11-M. "Los que lo idearon no están ni en desiertos remotos ni en montañas lejanas", diría años después.
Izquierda Unida, Iniciativa per Catalunya Verds, Chunta Aragonesista, ERC y Coalición Canaria votaron a favor de su investidura. CiU, PNV, EA y NaBai se abstuvieron. El socialista comenzó cumpliendo con la palabra dada y retirando las tropas en abril de 2004. Además, imprimió un sello progresista a su gestión, promoviendo la Alianza de Civilizaciones entre occidente y el mundo árabe -la ONU asumió ese postulado-, posibilitando el matrimonio entre homosexuales y el divorcio exprés, incrementando el salario mínimo y aprobando la Ley Integral contra la Violencia de Género o la de la memoria histórica. Zapatero también alumbró el carné de conducir por puntos y regularizó las condiciones de los inmigrantes sin papeles -ante la oposición de un PP que temía por el supuesto efecto llamada- para después endurecer la Ley de Extranjería. Tras retirar las tropas de Irak, dio por buena la misión en Afganistán y, recientemente, avaló la intervención en Libia.
Sin embargo, la actuación insigne de su mandato pasa por el proceso de paz encarado en 2006. El 23 de marzo, ETA había decretado su "alto el fuego permanente" tras casi tres años sin ocasionar víctimas mortales, mientras el Congreso, el 17 de mayo de 2005, había dado su aval para hablar con la organización en caso de que dejara las armas, dejando traslucir una esperanza motivada en buena parte por la apuesta de la izquierda abertzale histórica a favor de las vías exclusivamente políticas, verbalizada en Anoeta en noviembre de 2004. El 21 de mayo de 2006, el presidente español anunció durante un acto del PSE celebrado en Barakaldo su intención de iniciar un proceso de diálogo con los activistas para conquistar la paz.
pacto de loiola El proceso se afrontó a dos bandas. Mientras el Gobierno estatal y ETA conformaban la mesa técnica sobre el abandono de las armas, los partidos debatían las cuestiones políticas sobre el fin del conflicto. En esa segunda mesa fue alumbrado el Pacto de Loiola entre PNV, PSE y Batasuna, pero el atentado en la T-4 de Barajas, que acabó con las vidas de dos ciudadanos el 30 de diciembre de 2006, dinamitó el proceso y alejó la posibilidad de abordar un nuevo intento. Zapatero dijo que ETA había tenido tres oportunidades y que no tendría ninguna más.
Tras ganar por segunda vez las elecciones en 2008, y tras ser investido en una votación donde el PNV volvió a abstenerse, Zapatero encaró una segunda legislatura marcada por la crisis y por la eventualidad de abordar un nuevo proceso ante los movimientos de la izquierda abertzale.