misrata
"No estamos preparados para el tipo de heridos que llegan diariamente. Aprendemos sobre la marcha". El doctor Khalid Abu Falra, director médico del hospital Al Hakima, el principal centro médico de Misrata, explica de este modo la grave situación médica a la que se enfrenta la localidad costera, asediada desde hace más de dos meses por las tropas leales a Muamar Gadafi. El resumen es el siguiente: falta de todo, desde vendajes hasta equipamiento quirúrgico, no hay sanitarios con experiencia en las complicadas y urgentes operaciones que exigen una respuesta inmediata y el número de heridos aumenta cada día. La posición de Misrata, aislada por tierra del resto de localidades rebeldes, no ayuda a que llegue el abastecimiento. Además, teniendo en cuenta que el flujo de barcos es limitado, los insurgentes optan por las armas en la disyuntiva entre munición y tiritas. Las tropas insurrectas han lanzado esta misma semana una ofensiva con la que tratan de ganar terreno a los gadafistas. Por primera vez en semanas han recuperado la iniciativa, llegando a conquistar el aeropuerto, donde se concentraba el grueso de las fuerzas gadafistas. Pero todavía faltan muchos kilómetros para que dejen de estar aislados. Así que la crisis médica se agrava y sólo el esfuerzo de los héroes de bata blanca como Abu Falra logra paliar, aunque sea levemente, el caos en los centros médicos del símbolo de la resistencia rebelde.
Víctimas
De 10 a 15 cadáveres diarios
"Nos enfrentamos a una crisis sanitaria", insiste Abu Falra, un doctor con un rostro severo, casi hostil, que siempre está en el hospital. De hecho, podría asegurarse que no duerme si se comprueba el número de horas que permanece sobre su silla de ruedas, asegurándose de que todo funciona de la mejor manera posible. Un ejemplo sobre las dificultades a las que se enfrenta el equipo médico de Abu Falra: Baptiste Dubonnet, un joven francés que escribía en un blog sobre la situación de la revuelta en Misrata, fue herido en el cuello por una maldita bala perdida que lo cazó cuando regresaba al centro de medios desde el gimnasio que aloja a los periodistas. Por suerte, se encontraba a menos de 100 metros del centro médico. Así que los doctores lograron coserle la yugular antes de que se desangrase. Pero no podían hacer más, por mucho que quisiesen. Así que lo mantuvieron con vida hasta que alguien pudiese evacuarlo. Una operación nada sencilla teniendo en cuenta que la única vía con el exterior es el mar, un trayecto nada recomendable para alguien con una vértebra despedazada para quien mantenerse inmóvil supone la única opción de poder volver a andar. Por suerte, Dubonnet pudo aguantar lo suficiente para que el barco de la Organización Internacional de Migraciones (OIM) lo sacase de Misrata. Otros no han tenido tanta fortuna.
"Diariamente recibimos entre 10 y 15 cadáveres", se lamenta Abu Falra. Los que llegan ya sin pulso pasan directamente a la sala de embalsamar. El resto, los que se aferran a la vida, son tratados en la tienda de campaña ubicada en el parking del hospital. No hay tiempo que perder en el ascensor que conduce a la sala de operaciones, así que la reanimación se realiza al aire libre. Por lo menos, este es un centro médico de verdad. Y cuenta con la ayuda de un equipo de Emergency, una ONG italiana. Antes era una clínica privada, pero desde que se inició la revuelta pasó a manos del Consejo Nacional de Transición. Aunque no todos los heridos están en condiciones de recibir aquí el tratamiento. Cuando los combates se desarrollaban calle por calle, quienes caían en las inmediaciones del frente eran atendidos en bajeras habilitadas con material de primeros auxilios. Si sus constantes eran aceptables, los shebabs los ponían en manos de los sanitarios.
"Este hospital es un caos, incluso es difícil poder aportar algo de ayuda". Mahmud Jibrill, un doctor que luce un pistolón en el cinto, se desespera en el hall del centro médico. Llegó hace dos semanas desde Bengasi con la misión de evacuar a alguno de los pacientes estabilizados. Pero los médicos están tan atareados con el parte del día que prácticamente no tienen tiempo de atender el papeleo necesario para sacar de allí a quienes ya han salvado la vida. Observando las condiciones en las que desarrollan su labor y sus maratonianos horarios, tampoco se les puede pedir una sonrisa.
Los médicos
16 horas al día con la bata blanca
"Trabajo 16 horas al día", explica Mohammed Al Hadad, de 34 años, que trabajaba en un hospital de Alberta, en Canadá, cuando estalló la revuelta y decidió abandonarlo todo y plantarse en la ciudad donde residen sus padres. Prácticamente vive en el centro médico, así que no tiene tiempo de comprobar si estos se encuentran a salvo. Como no funcionan los teléfonos, tampoco puede recurrir a una llamada que le tranquilice. Por eso, cuando los proyectiles caen sobre la zona residencial de Ras Omar, Al Hadad se coloca en la rampa de entrada, rezando para que ninguno de sus padres llegue en las ambulancias con los heridos.
Los médicos del Al Hakima son ejemplo de heroísmo. Aunque si hay alguien que ejemplifica mejor que nadie el dramatismo de su situación es el doctor Khaled, a quien el frente le ha incomunicado por completo de su familia. Residía en un punto ubicado al otro lado del campo de batalla y un día, hace un mes, llegó al hospital por la mañana y se dio cuenta de que ya no podría regresar. Desde entonces, descansa en alguna de las pocas camillas libres y, cada noche, se refugia en la parte trasera de su vehículo, aparcado junto a un muro del centro médico y descarga entre lágrimas su incertidumbre. Nadie se atreve a acercarse para consolarle.
La posibilidad de evacuar a los heridos a través de los barcos que conectan la villa insurgente con Bengasi es lo único que les ha salvado del colapso sanitario. Cuando las bombas contra el muelle lo permiten, voluntarios procedentes del bastión rebelde desembarcan en Misrata y recogen a los pacientes estables, los que pueden aguantar el trayecto de entre 20 y 40 horas a través del mar. El barco de la OIM también reserva un espacio para los pacientes: 72 en su último viaje. Por desgracia, siempre menos de los que deberían. Cada día que pasa con Misrata bloqueada aumenta el peligro de una catástrofe sanitaria. Y eso, sin contar con los enfermos habituales, los que padecen males que no entienden la inoportunidad de la guerra pero que no pueden ni soñar con ser atendidos en una ciudad que destina todos sus recursos médicos a los caídos en el combate.