Cada noche, cientos de personas se concentran en la plaza de los Juzgados de Bengasi, en Libia. Este es el corazón de los rebeldes. El centro neurálgico de los opositores a Muamar Gadafi. Frente al mar, rodeado por uno de los cuarteles generales de los sublevados y las improvisadas oficinas de prensa, un escenario con la bandera tricolor y un pequeño micrófono. "Nuestras tropas están cercando Brega", clama un hombre barbudo. Aunque sea mentira, hay que mantener alta la moral de la retaguardia. El ambiente efervescente y entusiasta de la plaza de la revolución libia tiene que parecerse a la Barcelona de 1936. No hay hoces y martillos ni banderas rojas, sino imanes, proclamas religiosas y un grito unánime para acabar con Gadafi. Pero la esencia, la improvisación, la excitación de cambiar el estado de las cosas, tiene por fuerza que parecerse a la imagen de una retaguardia inestable psicológicamente, convencida de la necesidad de la ruptura pero atemorizada por las posibles consecuencias de una derrota.

"A Gadafi no le gusta Bengasi". Monem Fatah (47 años), es uno de esos eternos manifestantes de la plaza de los Juzgados. Los primeros días, contra el régimen del coronel. Ahora, en territorio liberado, exigiendo a la OTAN más contundencia en sus bombardeos contra el ejército del dictador. Bengasi, la capital rebelde, se ha convertido en símbolo de la revolución libia. Allí empezó todo el 15 de febrero, y allí se concentra su sistema operativo. Por una parte, los edificios centrales del Consejo Nacional de Transición, la autoridad rebelde, y la prensa. Por otra, el Hotel Ozo, donde se realizan las principales comparecencias de los sublevados. Mientras, en todas las esquinas, chavales que todavía no pueden dejarse barba venden todo tipo de merchandising revolucionario. Desde banderas tricolores hasta CDs con la canción seguiremos aquí, compuesta por Adel Mashati, que se ha convertido en la banda sonora de la rebelión que suena machaconamente desde primera hora de la mañana. El este de Libia siempre ha sido el foco tradicional de oposición contra Gadafi. No solo Bengasi, sino también Tobruk, Derna o Ajdabiya, han concentrado el rechazo a un coronel que se ha eternizado durante 42 años al frente del país. "A Gadafi no le gusta Bengasi", confirma Altiya Hiwadi (21 años), un estudiante de medicina que lleva casi dos meses sin poder asistir a sus clases en la Universidad Garyouns, el principal centro educativo de la segunda localidad libia. "Fue aquí donde comenzó la revuelta", sentencia orgulloso. Y puntualiza que "no se inició el 17 de febrero, sino dos días antes".

17 de febrero

La tercera rebelión del mundo árabe

Las fechas son importantes. En Túnez, no olvidan el 14 de enero, el día en que huyó su dictador, Zine El Abidine Ben Ali. En Egipto, la efeméride es el 25 de enero. Bengasi ha adoptado el 17 de febrero. Aunque, según recuerdan sus habitantes, la rebelión se inició con 48 horas de antelación. La historia no la mueven las casualidades. Al margen del efecto contagio por lo que ocurría en los países que rodean Libia, la chispa de la revuelta está ligada con algo que ocurrió 15 años antes: la masacre de más de 1.200 islamistas en la prisión de Abu Salim, en Trípoli. "El 15 de febrero fue detenido Fati Terbl, el abogado que ha representado a las víctimas de la represión de 1996. No había hecho nada, así que muchos abogados se dirigieron a la comisaría para tratar de liberarle. En ese momento, la Policía respondió con fuego real", señala Monem Fatah, preocupado porque sus pobladas y canosas barbas, como las de un Papá Noel con chilaba, no sean interpretadas como un signo de apoyo a Al Qaeda.

Desde aquellos días de febrero, Bengasi es un territorio fuera del control de Gadafi. Esto ha dado una ventaja a las decenas de periodistas que cubren el conflicto, ya que la legalidad migratoria egipcia llega hasta Saloom, en la frontera. A partir de ahí, y sin visado libio, puede continuarse el trayecto. Ante el caos generado por la guerra, los rebeldes han organizado consejos municipales en las localidades que controlan. Por ahora, hay luz y agua corriente, aunque Gadafi ha logrado cortar buena parte de las comunicaciones. Las escasas conexiones a Internet se concentran en los hoteles de lujo y en un improvisado y poco acogedor centro de prensa donde los sublevados centralizan la información. "Intentamos gestionar las cosas para que todo funcione, pero estamos en una situación de emergencia", explica Mustafá Gheriani, portavoz de los rebeldes. Desde el 27 de febrero, los consejos municipales se unificaron en torno al Consejo Nacional de Transición. Aspiran a convertir Trípoli en la capital de la tricolor, pero por ahora tienen que conformarse con Bengasi. Aunque su composición ha generado suspicacias, sobre todo teniendo en cuenta que la mayor parte de sus miembros proceden del antiguo régimen.

Oposición

Dos años sin que Gadafi ponga un pie en el municipio

La ciudad cirenaica se ha caracterizado siempre por oponerse al régimen. Por esta razón, Gadafi la castigó con el olvido. "No había inversiones. La gente prefiere marcharse a Italia que quedarse aquí, donde apenas hay oportunidades". Según relata Monem Fatah, aquí se fundaron los grupúsculos de oposición. Pero eran prácticamente invisibles. "Si decías cualquier cosa contra el régimen, venían a buscarte a tu casa y podían matarte", asegura.

Probablemente, esta hostilidad popular es lo que ha provocado que la última vez que Gadafi pisó la capital rebelde fuese hace dos años. En ese momento, su hijo Saif El Islam había sido detenido por la Policía suiza. Y el coronel aprovechó para cargar contra el país europeo aprovechando la ola antiislámica desatada por su gobierno tras prohibir la construcción de minaretes. Una excusa, para los opositores, que aseguran que el dictador "no es musulmán". Las caricaturas de Gadafi con la estrella de David, el símbolo judío, pintada en su frente, son habituales en los muros de Bengasi. Aunque, según matiza Imam Boughigis, portavoz del Consejo Nacional de Transición, "la gente confunde las ideas por la falta de educación a la que nos condenó Gadafi".

La retaguardia

Sin rastro de gadafistas

En Bengasi confluye lo mejor, lo peor y lo más significativo de la guerra. Los shebabs, los jóvenes que salieron a manifestarse y se convirtieron en guerrilleros forzosos cuando la situación degeneró en guerra, custodian los principales edificios. Ellos son la revolución. El centro de prensa habilitado por Al Jazeera está vigilado por cinco milicianos con kalashikovs. También ejercen de escolta improvisada, aunque dependiendo del lugar a donde se quiere viajar, especialmente en el frente, casi es mejor no fiarse de su entusiasta inconsciencia. Entre ellos se encuentra Muntar, un estudiante especializado en el software para teléfonos móviles que aprovecha su libenglish para ejercer de traductor improvisado. No quiere ni pararse a pensar qué podría ocurrir si las tropas leales a Gadafi llegan nuevamente a Bengasi. Además de la seguridad, los hospitales son otro servicio que no ha dejado de funcionar.

Desde el inicio de la revuelta, los seguidores del coronel han desaparecido. O bien se niega su existencia o se los caricaturiza como mercenarios. Que también los habrá. "Se ha traído gente de África (en referencia a los países subsaharianos) para luchar. Los únicos que le defienden lo hacen por dinero", dice Walid Boujafoul. Aunque habría que preguntarse dónde se encuentra la masa silenciosa a la que tampoco le fue tan mal con Gadafi. Las concentraciones diarias reúnen a cientos de personas, a veces miles, pero Bengasi tiene un millón de habitantes. La séptima parte de la población total de Libia. A pesar de todo, encontrar a alguien que hable bien de la dictadura es prácticamente imposible. La única excepción, un taxista que, en el trayecto entre el hotel y el centro de prensa se quejaba del desorden que caracteriza ahora la ciudad. "Gadafi es un buen hombre", sentenciaba en un básico inglés.

Es obvio que los miembros de la Guardia Revolucionaria de Gadafi ya no se encuentran en Bengasi. O, por lo menos, se han escondido bien después de que los manifestantes asaltasen el siniestro cuartel general de la Policía, ubicado en Khatiba, en los exteriores de la ciudad. La comisaría ha sido incendiada y sus puertas, por fin, abiertas. "Ahora todo el mundo viene a visitar estas instalaciones, porque no sabíamos lo que había dentro", explica Mohammed, un hombre que acude con toda su familia para explorar los pasadizos subterráneos de unos edificios donde cientos de personas fueron allí torturadas por el régimen.

Tensión

Si cae Adjabiya volverá el miedo

Si cae Ajdabiya, Bengasi se encontrará en peligro. Tres semanas después del inicio de los bombardeos de la OTAN, la capital rebelde se acerca a la situación límite que vivió antes de que la ONU avalase la intervención extranjera. La ofensiva desarrollada en los últimos días por las tropas leales a Gadafi ha puesto a la capital rebelde en guardia.

Cada día, sus ciudadanos comprueban cómo aumenta el número de fotografías pegadas a la pared del centro de la plaza, donde se recuerda a los caídos en combate y a las víctimas de la represión. Pero ya no hay vuelta atrás. Como dice la contraseña que abre el acceso al precario Internet del centro de prensa, es "ganar o morir".