El jueves falleció en Donostia Pedro Luis Migueliz Dabadie, más conocido como Txofo. El Txofo Migueliz fue el confidente que destapó al conocido como GAL verde, la trama de guerra sucia contra ETA organizada en el cuarte de la Guardia Civil de Intxaurrondo con el teniente coronel Enrique Rodríguez Galindo a la cabeza.
La casualidad ha querido que el fallecimiento del Migueliz se haya producido dos semanas después de que el tribunal de Estrasburgo haya rechazado los recursos de los condenados en aquella trama, confirmando le legalidad de sus penas, y apenas cuatro días más tarde de que el expresidente del Gobierno en aquella época, Felipe González, haya removido el pozo de las vergüenzas del Estado con la confesión de que tuvo en sus manos la posibilidad de liquidar a la cúpula de ETA en 1990.
A finales de los 80, Txofo Migueliz, natural del barrio donostiarra del Antiguo, es el lugarteniente de José Antonio Santamaría, en el negocio del contrabando de tabaco. Conocido con el apodo Tigre y exjugador de la Real, Santamaría fue asesinado por ETA en 1993 la víspera de la festividad de San Sebastián cuando celebraba la tamborrada en la sociedad Gaztelupe de la Parte Vieja.
Estas actividades ilícitas con el tabaco permitieron a Migueliz conocer de cerca las tripas del cuartel de la Guardia Civil de Intxaurrondo y estrechar relaciones con sus agentes. El cuartel del instituto armado era considerado la base desde la que que se controlaba el contrabando de tabaco en Gipuzkoa por aquellos años.
En aquel tiempo, Migueliz hace compatible este lucrativo negocio con su puesto de socorrista en la base del puerto donostiarra. El negocio del tabaco es lucrativo, lo que permite a Txofo dar el salto al ambiente al mundo de la gente bien de Donostia. Testigos de la época le recuerdan conduciendo potentes motocicletas y costosos coches que destacaba en medio del gris ambiente de la época.
Llega a 1993 y Santamaría es asesinado por ETA. Su muerte es un duro golpe para Miguéliz. Además de perder a su "jefe", pierde el negocio y sus beneficios. Es entonces cuando toma la decisión de mercadear con la información que ha ido recopilando durante sus años de contrabandista. Actúa de confidente tanto de la Guardia Civil como de entramados civiles y periodísticos. Consciente de que empieza a caminar hacia la boca del lobo, trata de reconducir su futuro montando una empresa de seguridad. Sin embargo, sus planes se frustran al poco tiempo. Diversas informaciones que hablan de irregularidades en su nueva aventura le obligan a abandonar echar la persiana.
Es entonces cuando decide saltar al vacío y explotar los secretos que conoce de Intxaurrondo gracias a su relación con Enrique Dorado Villalobos y Felipe Bayo Leal, dos de los guardias civiles condenados en el caso Lasa y Zabala.
Bayo Leal y Dorado Villalobos son sus gargantas profundas, las que le informaron de todas las atrocidades cometidas con Joxean Lasa y Joxi Zabala, los dos refugiados secuestrados en 1983 en Iparralde y enterrados en cal viva en Alicante después de haber sido asesinados en el edificio famosa casona de La Cumbre, en el barrio de Aiete de Donostia. Se trataba de edificio del Gobierno Civil, también implicado en la trama de la mano del entonces gobernador y también condenado, Julen Elgorriaga. En ese juego de confidente doble, Migueliz tasa su silencio en cien millones de pesetas, dinero que nadie está dispuesto a soltar. Decidido a revelar el secreto, toca la tecla de los medios de comunicación, y más concretamente del diario El Mundo. Es el principio del fin de la trama dirigida por el general Enrique Rodríguez Galindo.
A pesar de la defensa que el pasado domingo realizó el ex-presidente del Gobierno español, Felipe González, de la figura de Galindo, lo cierto es que el general fue condenado por la Audiencia Nacional a 71 años de cárcel por el delito de secuestro y asesinato de Lasa y Zabala. Con él, fueron condenados también por el mismo delito, el gobernador civil Julen Elgorriaga y los agentes Angel Vaquero, Enrique Dorado Villalobos y Felipe Bayo Leal. Todos están en la calle.
A partir de ese momento, con la asunto destripado en los medios, Migueliz pasa a situación de testigo protegido. En el camino, una familia rota y una vida cosida al terror por las posibles represalias en un hostal de Donostia. Hasta el final de sus días vivió con graves estrecheces económicas. Una esquela de su hijo y otra de unos amigos que compartieron amistad en el histórico Bar Bigarren de Amara dieron fe ayer de su fallecimiento a la edad de cincuenta años.