vitoria. Lleva una semana de locos desmarcándose tanto del PSOE como del PP. "Es imposible un pacto económico con estos actores porque ninguno de los dos grandes partidos lo quiere", asegura, haciendo valer su escaño por Madrid.
Hay dudas sobre la orientación ideológica de UPyD porque se dice progresista, pero donde parece estar rascando votantes es en la derecha española.
En los suelos, ni el del uno ni el del otro. En España hay 10 millones de votos que funcionan con libre albedrío, unos se quedan en casa, otros votan en blanco y el resto vota en cada elección según les convenzan unos u otros. Lo que ha llegado a España es una cosa que pasa en muchos países de Europa, gente que está harta de votar en contra, de votar a uno que no le gusta porque existe otro que le agrada menos todavía. Lo que representamos es una tercera fuerza política de carácter nacional, que es progresista y transversal. En algunos medios nos tachan de extrema izquierda y a mí me califican de abortista. En otros, de ultraderechista. Creemos, por ejemplo, que hay que rebajar los techos competenciales de las autonomías, sin prejuicios ni complejos. Hay quien piensa que es una política de derechas; otros, que es de izquierdas. Yo creo que es muy federal y ¿desde cuándo el federalismo es de izquierdas o de derechas? No nos preocupa nada cómo nos califican los demás, pero somos muy claros con las políticas que defendemos, que son progresistas y buscan la igualdad de todos los españoles independientemente de dónde vivan. Somos un partido de siglo XXI.
Algunos dirían que es un juego calculado de ambigüedad para aprovecharse en cada momento de las corrientes más populistas.
¿Cómo va a ser populista votar en el Parlamento Vasco en contra del blindaje de las normas tributarias vascas? Lo que es populista es lo que hace el PP, que según dónde vote se posiciona de una manera u otra sobre el Concierto. No es nada populista votar en Aragón en contra del blindaje del Ebro. Si hay algo que no nos podrán achacar es que hacemos algo en función de lo que en un determinado momento puede gustar más o menos a la gente. Han llegado al Congreso los estatutos de autonomía de Extremadura y Castilla-La Mancha y me he quedado sola oponiéndome a la tramitación, y eso que nuestros compañeros de esas autonomías pretenden entrar en sus respectivos parlamentos.
UPyD no es ambiguo en su mensaje favorable a diluir el Estado de las Autonomías y en batallar contra los nacionalismos vasco y catalán, fundamentalmente.
No. No soy antinacionalista. Somos un partido nacional que compite con otros partidos nacionales que, a mi juicio, no se comportan como tal. Me parece normal que el PNV defienda el blindaje del Concierto, está a lo suyo. Lo que me parece anormal es que lo defienda el PSOE, que dice respetar la igualdad de todos los españoles. No me gustan los nacionalismos, ni los pequeños ni los grandes.
Lo cierto es que la página web de UPyD aboga por reformar la ley electoral que "prima" a los partidos nacionalistas y pide la vuelta al Estado de las competencias de educación y fiscalidad.
No vamos en contra de nadie cuando pedimos que se igualen las políticas educativas o fiscales para todos los españoles. ¿Los alemanes, con su federalismo, son antinacionalistas? Queremos cambiar la ley electoral para que los votos valgan lo mismo en todos los lugares.
¿Aplicaría esa misma máxima al Parlamento Vasco, en el que UPyD ha sacado un representante por Álava, territorio con el mismo número de escaños pero menos habitantes?
De hecho, hemos presentado una proposición no de ley en el Parlamento Vasco pidiendo circunscripción única. Probablemente no hubiéramos sacado el parlamentario si llega a estar en vigor esa norma. Muchas de las leyes que se han aprobado en estos últimos 30 años se han hecho con la mejor de las intenciones pero las consecuencias en términos de igualdad, cohesión y competitividad para todos los españoles no han sido todo lo positivas que debieran ser. Porque la autonomía no es un fin en sí mismo, es un medio.
Llama la atención que esté en contra del blindaje de Concierto Económico, cuando éste era ya el pilar del autogobierno fiscal cuando usted era consejera del Gobierno vasco.
Una sociedad moderna y democrática puede revisar las consecuencias de las decisiones políticas.
¿Reniega de aquella época?
En absoluto. Hablo de estas cosas porque las he vivido y se puede hacer una reflexión de las cosas a cambiar. A eso se le llama evolución de la humanidad, de la política, de las leyes... Me siento cómoda con las cosas que he hecho a lo largo de mi vida y el periodo que estuve en el Gobierno vasco fue importante para Euskadi, con un acuerdo entre formaciones políticas distintas. Como sabemos lo que dio de sí, podemos hacer esta reflexión.
¿También enmarca en esa evolución la propuesta de revisar la valoración del euskera de las OPE? Fue el Gobierno del que usted formaba parte el que aprobó la Ley de Función Pública que lo hizo posible.
Los grandes acuerdos que se alcanzaron entonces no fueron seguidos por los gobiernos posteriores. Nosotros pusimos unas bases, y PNV y EA desarrollaron otras políticas.
Hay analistas que creen que pese a las buenas perspectivas de voto de UPyD, llegados los comicios, el elector optará por el voto útil.
Ya veremos. Creo que cada vez hay más gente que considera que lo más útil es quitar a estos que nos gobiernan y a aquellos que están en el banquillo esperando ocupar el sillón. Hay gente que considera que no existe nada más útil que votar a un partido que pueda condicionar la forma en que se gobierna a todos los españoles. Cuando se fundó UPyD algunos pronosticaron que no íbamos a sacar nada y que duraríamos medio telediario y, mira, aquí estamos.
¿Qué tal la salud del partido? Porque desde su inicio ha sufrido expedientes, expulsiones, la deserción de militantes y varios de sus ideólogos...
Va estupendamente. El partido crece ininterrumpidamente desde que nació, tiene estructura en toda España y está renovando los órganos territoriales. En todas las elecciones que nos hemos presentado hemos ido subiendo.
Los desencantados la acusan de ser demasiado personalista.
Decirlo es fácil pero argumentarlo, difícil.