fganistán es ese lugar lejano que siempre vuelve a nuestras conciencias. Vuelve con la misma insistencia que lo olvidamos, supongo. Por edad, mi primera referencia de este país en los informativos se remonta a aquella guerra de Afganistán que se inició a finales de los 70 y en la que concursó la URSS -y EEUU-. Uno de aquellos conflictos que, además de ventilar las cuitas locales, servía para que la escena internacional desfogara su Guerra Fría. Más o menos nos fuimos olvidando de Afganistán hasta que aprendimos la palabra talibán a golpe de bombazo contra los Budas de B?miy?n y descubrimos qué es un burka. Corría marzo de 2001. Faltaban seis meses para el 11-S. Y después llegó la Operación Libertad Duradera. Veinte años después, EEUU consuma su retirada del país, tras el acuerdo alcanzado por Donald Trump en febrero de 2020 con los talibanes, que se han hecho con el país a velocidad supersónica. Y una imagen cae como una losa sobre la Casa Blanca, la de los helicópteros evacuando la embajada estadounidense en Kabul. "Esto no es Saigón", ha dicho el secretario de Estado estadounidense, consciente de la fuerza de la imagen. Se calcula que 30.000 personas huyen diariamente de Afganistán. ¿Qué será de ellos? ¿Qué será de las mujeres y de las niñas afganas ahora bajo el régimen talibán? Pesimismo.