ues no sé muy bien qué escribir. Así de pasmado se ha quedado mi alma al comprobar, por segundo año consecutivo, que el guía de mi espíritu jaranero se ha quedado en la torre de San Miguel sin poder planear sobre las cabezas de miles de gasteiztarras ansiosos de fiesta y felicidad debido a la torpeza de quienes integran la humanidad a la hora de calibrar el rango de peligrosidad de las amenazas sanitarias. En fin, supongo que se veía venir desde hace meses. Es una evidencia que a una parte de la sociedad el bicho del demonio y las consecuencias nocivas que acarrea su aparición y reinado le trae sin cuidado, circunstancia que ni las vacunas han logrado delimitar con suficiencia, provocando la enésima ola de contagios, la enésima curva de muertes y el enésimo llamamiento a la responsabilidad de instituciones y personal sanitario, que ya está hasta el kopete de aguantar la ausencia de cabeza en el comportamiento de miles de sus conciudadanos. Habrá que esperar y confiar en el que el covid se agote y se resigne a contagiar por la bajini porque visto lo visto (y aquí la experiencia sí es un grado), si depende de nosotros, el coronavirus va a seguir campando a sus anchas durante décadas ante un huésped que hace lo posible por alojarlo.