e nuevo, un día más, nos hacemos eco de la triste realidad de una mujer agredida. No a miles de kilómetros de nuestros hogares. No. En nuestro barrio de Abetxuko. Hace dos semanas, en el Casco Viejo. Confluye en ambas circunstancias, el hecho de que las víctimas, además, son mujeres trans. Un colectivo -el LGTBI+- que se está haciendo tristemente visible a tenor de los golpes que recibe. No es una metáfora, es la realidad. El extremo, la inexplicable y todavía desconsoladora muerte de Samuel Luiz, en A Coruña; en el camino, las cientos de noticias, casi a diario, de ataques, palizas y agresiones, como las sufridas por nuestras vecinas de Vitoria-Gasteiz, simplemente por ser quienes son. Eso ahora. Hace unos años, añadían a los golpes el sufrimiento en soledad y silencio. Y no dejo de pensar en cómo vamos construyendo una sociedad en la que parte se arroga el derecho de decidir hasta cómo se debe amar y sentir. Ya no sólo pensar o hablar. No. También quienes deben ser dueñxs de nuestro corazón. Qué afortunada soy por poder decirle a mi hijo e hija que sientan lo que sientan siempre podrán contar conmigo. Porque les quiero por encima de toda condición. De eso se trata. De querer y respetar. Lo demás, viene rodado. O debería.