l otro día escuché un debate interesante sobre la controvertida figura del presidente estadounidense. Una vez que la mayoría de los participantes coincidía en que Donald Trump es básicamente imprevisible e impulsivo, se especulaba sobre el control rojo del botón nuclear. ¿Había llegado el momento de confiar esa responsabilidad a un algoritmo? Algunos defendían esa opción visto que hoy en día todos somos de alguna manera controlados por ese conjunto de operaciones sistemáticas que permite hacer un cálculo, completar perfiles y hallar la solución a múltiples problemas. Al fin y al cabo, Google y Facebook ya nos tienen perfectamente definidos y catalogados mediante algoritmos (las famosas cookies). Y entonces me acordé de una película de los ochenta, Juegos de guerra, en la que la Estados Unidos había confiado su seguridad a un ordenador. La computadora llega a la conclusión de que la guerra es un simple juego en el que solo vale vencer. Y simula un ataque soviético al que no iba a quedar más remedio que responder con misiles reales para imponerse en el juego. Cuando el mundo está a punto de sumirse en la destrucción, un chaval espabilado (Matthew Broderick) enseña a la máquina que en una guerra no gana nadie. Y pensé que, pese a Trump, prefiero estar en manos de personas.