el relato que nos está dejando Villarejo a los aficionados a la literatura ligera pero trepidante, y de todo lo que en general rodea a ese siniestro personaje que, presuntamente, durante años y quizá décadas se ha manchado las manos de mierda y hasta de sangre para que otros las tengan impolutas, hay dos cosas destacables. Una, el hecho de que recurrieran a su persona prácticamente todos los poderes fácticos del Estado, desde empresarios de postín hasta periodistas influyentes, pasando por la más alta política y veremos quién más cuando se analicen y judicialicen todos los terabytes de porquería que almacenaba por si acaso. Dado lo variopinto de su clientela, diríase que Villarejo era más un espía de clase que banderizo. Que su número de teléfono rulaba, no tanto en sedes de partidos y despachos ministeriales, como en los reservados de los restaurantes buenos, en los palcos de los estadios de fútbol, en la terraza del club de campo, en la zona VIP del aeropuerto, donde se ven y se tratan los pares del primus, al que el propio policía ha expulsado del país, tal es el poder que tiene. Dos, lo cutre que ha resultado ser todo. Qué llamativo que gente tan triunfadora, tan poderosa, y sobre todo tan fina, contrate y se arriesgue a ser chantajeada por un tío así de oscuro y malhablado.