rróneamente, pensé que cuando llegara eso de la nueva normalidad -que ya invitaba a cierta sospecha, dadas las inevitables reminiscencias orwellianas de su denominación- saldríamos de la realidad distópica de la primavera. Pero aquí estamos con el verano ya muy adelantado y me parece que la distopía avanza. Me tiene patidifusa el affaire correos que se ha montado Donald Trump. Solo dentro de una realidad distópica tiene algo de lógica. El servicio postal de EEUU, empresa pública a la sazón, data de 1775, más antiguo que su Declaración de Independencia. La pandemia de coronavirus ha hecho que se alimente la posibilidad de impulsar el voto por correo de cara a las presidenciales de noviembre. Y el presidente Trump lleva semanas cuestionando el voto por correo, tachándolo de “fraudulento”, ahí es nada, y asegurando que se opondrá a cualquier posibilidad de financiar este servicio para que pueda generalizarse -hay que añadir que esta empresa arrastra una difícil situación económica desde hace años-. Presidente de Estados Unidos. Inquilino de la Casa Blanca. Los últimos tres años y medio. ¿No era y es responsabilidad suya garantizar que el voto por correo sea fiable y seguro? ¿O es que el servicio postal es un contrapoder ingobernable, yo qué sé, Spectra o algo así? Distopía, ya digo.