ramos pocos y parió la abuela, como dice el refrán. No teníamos bastante con el coronavirus y ahora resulta que hay un brote de virus del Nilo en Sevilla. Una escucha eso de virus del Nilo y se imagina a las orillas del ídem, con un hermoso atardecer en el desierto entre unas pirámides a contraluz como telón de fondo. Por si había dudas, vivimos en un planeta muy pequeño. Igual que el coronavirus viajó a velocidad supersónica de continente a continente desde que tuvimos noticias de él, que un virus se denomine del Nilo no garantiza ya que pasado mañana no ande haciendo estragos a orillas del Guadalquivir. En este caso, la transmisión no es entre humanos. Un jodido mosquito es el culpable, el Aedes japonicus. Y pásmense porque según leo esta especie es originalmente endémica de Corea, Japón, Taiwán, el sudeste de China y Rusia. Resulta que pensábamos que a finales del siglo XX, a rebufo de sucesivas revoluciones tecnológicas, habíamos inventado la cosa esa de la globalización pero, en realidad, que el planeta es extremadamente pequeño y que todo lo que en él sucede, por lejos que ocurra, es susceptible de acabar afectándonos antes o después es algo que la naturaleza sabe desde siempre, para bien o para mal. La cuestión es si escuchamos.