Estoy cansado de no pasar frío. Supongo que una gran mayoría de alaveses tendrán cómo rebatirme con mil razones para apoyar todo lo contrario. Pero, el caso es que soy un ser de rutinas y, como tal, me encantaba que mi periplo vital deambulase por las cuatro estaciones meteorológicas para deleitarme gustosamente con los padeceres propios de cada una de ellas y en su justo momento. Ahora, sin embargo, estamos a un tris de vivir las Navidades en bermudas y chanclas, de sobrellevar la cuesta de enero con una rebequita, por si al final refresca, y de untarse hasta la médula con crema de protección solar basada en las cualidades físicas del cemento armado para evitar achicharrarse con los primeros soles del mes de abril. Dicen los que saben de esto, que el cambio climático ha acabado por escacharrar el invento y que, a lo peor, puede que el mar nos llegue a unos metros de la puerta de casa en menos de lo que canta un gallo. No sé si las previsiones más agoreras al respecto acabarán por cumplirse, pero por si acaso, no vendría nada mal echar un ojo a ofertas en rebajas de camisas hawaianas para, al menos, sucumbir a los despropósitos provocados por la raza humana con cierto colorido. Mientras, me temo que seguiré echando de menos el frío.