Ahora que lo pienso, ya estamos en 2020, y ni siquiera me ha dado tiempo de despedirme de 2019 como se merecía ese año tan intenso. En fin, como dice la sabiduría popular, agua pasada no mueve molinos. Vamos, que me he propuesto en estos primeros días de enero centrarme en lo que nos va a llegar en el día a día y no en perder tiempo y energías con la nostalgia hacia el pasado. Claro está, que barruntando lo que se prevé que llegue en los próximos meses, a lo mejor es el momento de tirar del freno de emergencia y bajarse del tren antes de que éste coja velocidad porque, una vez metidos en harina, me temo que será imposible apearse de la realidad y de sus múltiples derivadas. Entre crispación política, incertidumbres económicas, una política internacional que amenaza ruina y un Baskonia bajo mínimos que ya empieza a mirar de reojo el foso de los fracasos, a éste que escribe y suscribe estas cuatro líneas se le empiezan a poner los pelos como escarpias. En cualquier caso, y como ya no me van a pillar de nuevo en los próximos meses, me he autorrecetado algo de filosofía para poder encarar los casi 360 días que quedan por delante antes de llegar al próximo fin de año, que volverán a ser fechas de confesionarios y de balances. Que la fuerza nos acompañe.