Hay una pequeña lucha entre mis tertulianos interiores por dirimir si esto de la Navidad es un asunto manoseado y despojado de todo sentido ya solo orientado a alimentar la vorágine ultracapitalista o si, por el contrario, puede ser aún un refugio y una esperanza. Los tengo ahí peleando, ya digo, en plan tertulia televisiva de campaña electoral, polemizando a tope. Ellos aún no lo saben, o si lo saben les importa, a lo Rhett Butler, un bledo, pero conmigo en este asunto hay poco debate. Sabes que se acerca la Navidad porque comienza el bizantino debate sobre la cena de Nochebuena o la comida de Año Nuevo. Y sabes que es Nochebuena porque no hará falta organizarlo con tres meses de antelación, los primos saben que hay quedada para ir a ver a Olentzero y a merendar tortilla de patata donde siempre. Y la cuadrilla sabrá que hay poteo precena y allí apareceremos, unos años más, otros menos, antes solo nosotros, ahora con unos cuantos críos. Y que tocará otra ronda cuadrillera antes de la cena de Nochevieja, claro. Y que, de una manera u otra, nos acabaremos juntando un día u otro. Así que sí, seguramente mi tertuliano más descreído tiene razón. Pero compartir buenos ratos con la gente que quieres es suficiente motivo para que, para mí, estos días sean refugio y esperanza.