La Asamblea General de la ONU, en su Declaración aprobada en 1993, definió la violencia contra la mujer como “todo acto de violencia que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la vida privada”. Más de un cuarto de siglo después, y más allá de las posibles precisiones o matizaciones a esta definición, la violencia contra las mujeres sigue siendo la violación de los derechos humanos más extendida y persistente en el mundo, con efectos devastadores sobre las víctimas, pero también sobre sus entornos personales y familiares y también sobre la propia sociedad. Cuando se celebra hoy el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, es obligado recordar que las agresiones machistas de todo tipo siguen siendo, por desgracia, constantes en nuestra sociedad en pleno siglo XXI. En Euskadi, según datos del Instituto Vasco de la Mujer, Emakunde, un total de 4.244 mujeres fueron víctimas de violencia de género durante 2018, lo que significa una media de casi doce al día. Cifras absolutamente intolerables fruto de actitudes inadmisibles frente a las que solo cabe la condena rotunda y sin paliativos, el acompañamiento y la ayuda a las víctimas, la exigencia de que los agresores rindan cuentas ante la Justicia y que esta actúe con rapidez, diligencia, rotundidad y perspectiva centrada en la víctima y alejada de tendencias y corsés patriarcales. Pero no basta. Es obligada también la implicación de toda la sociedad, desde el sistema educativo a las instituciones, en especial el poder legislativo, que tiene en su mano la actualización del Código Penal para evitar sentencias presuntamente amparadas en él y que, como ha ocurrido en los últimos meses, generan vergüenza, indignación y rechazo social y desacreditan a la propia Justicia, además de revictimizar a quienes han sufrido agresiones sexistas. Cualquier tipo de violencia contra la mujer, y de modo especial la violación -este 25 de noviembre está centrado en la lucha por la erradicación de esta terrible lacra- tiene su raíz en la desigualdad y los desequilibrios de poder. De ahí que la igualdad -su exigencia y materialización- y el empoderamiento de las mujeres sea la mejor herramienta contra esta violencia ejercida contra la mitad de la población.