La restricción del análisis de los resultados de las elecciones del domingo y de la gobernabilidad del Estado a la correlación resultante de fuerzas derecha-izquierda ignora o evita un aspecto que, sin embargo, es coordenada imprescindible en la comprensión y desarrollo de la política estatal; lo ha sido de hecho antes incluso de la transición a la democracia y durante esta más allá de deslizamientos internos del voto conservador o progresista. La existencia de un magma social soberanista en las naciones que el Estado contiene y la renuencia de los poderes que dirigen este a admitir la diversidad nacional como característica ineludible de la estructura estatal marca la historia, también la más reciente, de la política española, tanto en su aspecto electoral como en el de desarrollo de todo tipo de políticas, que los gobiernos centrales han supeditado a una presión centrípeta de control por el Estado. Este afán, sin embargo, lejos de lograr su objetivo homogeneizador acrecienta la sensación de agravio que conlleva la incompresión -opresión incluso- de sentimientos nacionales ajenos al español y asienta una continuidad estable del apoyo social y electoral a los mismos. Los resultados de las elecciones del 10-N constituyen una prueba más: las formaciones estrictamente soberanistas (ERC, JxC, PNV, EH Bildu, CUP y BNG) han sumado 2,5 millones de votos, casi un 10% del total, y 36 escaños (cuarta fuerza en el Congreso) y de hecho han sido las únicas -Vox aparte- que han cumplido o mejorado objetivos. Si en Catalunya los 1,6 millones de sufragios sumados por ERC, JxC y CUP lo constatan, en el caso de Euskadi es hasta más evidente por cuanto PNV y EH Bildu alcanzan el 51,06% del voto emitido, lo que en unas elecciones a Cortes no tiene precedente y denota tanto la fortaleza electoral de ambas formaciones como el desgaste de los partidos de ámbito estatal. Todo esto se podría interpretar desde Madrid como accesorio y sin embargo es crucial por cuanto PSOE y PP precisarán para todas las grandes decisiones políticas de las Cortes, incluyendo los presupuestos, del apoyo de estos sectores en un Senado sin mayoría ni presencia, más allá de lo testimonial, de otras formaciones. A no ser que, una vez más, la realidad plurinacional condicione la respuesta política del Estado... hasta el punto antinatura de una gran coalición que PSOE y PP tendrían serias dificultades para justificar ante quienes todavía son sus votantes.