menudo me he preguntado hasta dónde se han cumplido las profecías de Orwell en su célebre 1984 y las de Aldous Huxley en su no menos conocido Un mundo feliz. Creo que muchas se han cumplido, con creces. Algunas se han quedado cortas. Creo que donde no llegaba Orwell sí llegaba Huxley, y viceversa. Se complementaban.

Entre las superadas con creces está la de lo que, en 1984, se llamaba la telepantalla. Si recuerdan, la telepantalla era un televisor -colocado en todo habitáculo- que era, a la vez, un sistema que difundía mensajes de propaganda del Partido y un monitor que permitía a la Policía del Pensamiento escuchar y ver lo que hacías. No te vigilaban todo el tiempo. Pero el temor a que lo estuvieran haciendo bastaba para alterar tu vida.

Es cierto, no tenemos una telepantalla en cada habitación. En realidad, tenemos algo mucho más efectivo y mucho más económico. Tenemos una telepantalla en nuestros bolsillos. Se llama teléfono móvil, que es mucho más que un teléfono.

Me diréis, pero no nos observan por ahí. Vale. No como en las telepantallas de Orwell, sino de forma mucho más eficaz. No nos miran ni intervienen nuestras conversaciones -salvo cuando usan Pegasus, claro-. Pero es que ni falta que les hace. Si es que ya les decimos todo de nosotros. En nuestras redes sociales. Conocen nuestros hábitos de consumo y nuestros gustos, y -con sus algoritmos- nos mandan publicidad hecha a medida.

Y habrá quien diga, ya, cierto. Pero no es el Estado o el Partido el que sabe todo eso de nosotros. Y digo que tampoco es necesario. Mediante la hipnopedia y el soma, sabiamente administrados, como previó Huxley, vemos que incluso nuestro libre albedrío ya está bastante teledirigido.

¿No se puede hacer nada entonces? Sí, podemos. Podemos usar ese libre albedrío para no darles esa información, podemos incluso convertirnos en anacoretas. Ese camino es muy duro, porque somos gregarios. Pero nuestra ventaja está en que sabemos que lo saben. @Krakenberger