regunta una de mis criaturas, cinco años sin cumplir, por qué no puedo dividirme en dos para estar una mitad con ellas y la otra en aquellas cosas que hago y que no les conciernen. Es decir, trabajar, ir al euskaltegi, hacer recados, quedar con una amiga... Le contesto que la idea no estaría mal pero que es difícil de llevar a cabo. Y me detalla su plan. Se trataría de cortarme por la mitad desde la cabeza a los pies, el cómo, lo desconozco. ¿Y qué hacemos con mis intestinos, mi estómago, mis pulmones...? "Los tiramos a la basura". ¿Y cómo respiro o hago la digestión? "Bueno, entonces los metemos en una bolsa para que puedas llevarlos". ¿Cómo camino con una sola pierna y un solo pie? "Te compramos un patinete eléctrico y así puedes ir a los sitios sin andar". ¿Cómo escribo con la mano izquierda? Yo soy diestra... "Eso te enseño yo, puedo pintar con las dos manos con los rotus". ¿Cómo duermo? "Pues podrás dormir conmigo en mi cama y con la tata en la suya ¡Y leernos cuentos a cada una!". Y es que mi regreso a la vida está siendo muy duro para mis hijas. Porque yo tenía ya ganas de volver a trabajar, salir de casa, relacionarme con otras adultas, sentir que esa parte de mi también está completa... Confirmar, en definitiva, que soy muchas más personas que una madre, que puedo estudiar otro idioma, salir a tomar algo o ver una peli en el cine. Pero a mis hijas todo eso, ahora mismo y con la lógica de su edad, se la trae al pairo. Lo que ellas ven es una madre que les lleva al cole y no les ve casi hasta el día siguiente. En mi casa somos de las pocas parejas afortunadas que pueden conciliar un trabajo de mañana y otro de tarde para poder atender a sus criaturas, con la mala suerte que implica no poder vernos ni estar juntas más allá del desayuno. Así que mi hija no andaba muy desencaminada. Ésta soy yo: una mujer dividida en dos mitades desconectadas.