ntender como algo lejano la crisis humanitaria que se está viviendo en Ceuta es no entender nada. Hace tiempo que lo que ocurre "al otro lado del Estrecho" dejó de ser solo problema de África. Pero los miles de kilómetros, con un mar de por medio, que nos separan de esa realidad invisibilizan un drama que sólo nos despierta la conciencia cuando suceden hechos como los de estos días.

Bueno, a todos no.

La extrema derecha, esa misma que suaviza Isabel Díaz Ayuso en Madrid, observa cómo una "invasión de menas" que miles de personas salgan de sus hogares en busca de una vida mejor. Ciudadanos califica la situación de "ataque a las fronteras" y el PP, en palabras de Pablo Casado, reclama más Ejército.

Mano dura, en definitiva, contra el que nada tiene y con nada llega para montar un discurso político de protección de una nación en la que, según parece, solo cabe la entrada de los extranjeros de cartera llena y PCR negativa. La defensa de la vida del ser humano debería -o así me lo enseñaron a mí, por lo menos- estar por encima de cualquier otra consideración.

Vendernos otra cosa en pos de la defensa de un país solo demuestra el ejercicio, no sólo de la política con minúsculas, la política micro, sino el abandono de un principio básico como es "ayudar al prójimo". Lástima que haya quien crea que se trata de palabras que sólo llenan homilías, sin valor fuera de los templos.

Nadie abandona su hogar, sin saber a dónde le conducirá un camino incierto y desconocido, si no es por pura necesidad. Y menos una persona menor de edad que se desarraiga para tratar de sobrevivir. Cuando eso se produce por miles, se convierte en drama, en crisis humanitaria. Están al otro lado del Estrecho, pero muchos conseguirán llegar a la puerta de nuestras casas. Y, en vez de con miedo, deberíamos tenderles la mano cuando estén aquí porque solo un país solidario es un país rico. Y Euskadi lo es.