n las dos últimas décadas hemos evolucionado -o involucionado- de animales cinéfilos a bestias "seriéfilas". Las plataformas de streeming -que permiten visionar a precios de saldo un sinfín de series sin tener que sufrir las molestas interrupciones publicitarias de las cadenas televisivas de toda la vida- tienen mucho que ver con este fenómeno. Por no hablar de que el nuevo contexto tecnológico -con unas conexiones rápidas de internet que alimentan nuestras pantallas de toda índole y condición- nos ofrece la posibilidad de contemplar cualquier capítulo de nuestra serie de televisión favorita ya sea sentados en una terraza o esperando en la consulta médica. Nunca el ser humano ha tenido tantas opciones para disfrutar de un relato en formato audiovisual.

También la honda devastación que está provocando en las salas de cine recientemente, cual tsunami, la interminable crisis del coronavirus tiene mucho que ver con el inusitado éxito de la fiebre por las series vía streeming.

Pero las series televisivas nos llevan acompañando desde hace ya casi un siglo. Antes que ellas, eran los seriales radiofónicos los que nos mantenían clavados al sofá de casa. La fusión de la televisión con estas ficciones de la radio, dieron como fruto las teleseries. Pero el fin de este formato no era otro que el de entretener al público. Como las fotonovelas impresas. Obras todas pensadas para la mera evasión, sin ningún elevado propósito. Hasta los años ochenta del pasado siglo apenas nos encontramos con series televisivas de calidad. Canción triste de Hill Street, por ejemplo, supuso un punto de inflexión en ese género televisivo, pues narraba lo que sucedía en una comisaría de policía de una manera bastante veraz en base a unos trabajados guiones y una cuidada construcción de personajes. Fue un gran éxito de crítica y, también aunque no en sus primeros capítulos, de público. Un público que hasta ahora no tenía como plato de su gusto este formato narrativo por considerarlo de baja categoría. A partir de entonces se abordaría éste de una manera más cinematográfica y nacerían un repertorio creciente de productos televisivos seriados de cierto interés como Colombo o Luz de luna.

Recién entrados los años noventa, el director David Linch revolucionaría el formato con Twin Peaks toda una experiencia sensorial en torno a un enigma que nos hace permanecer clavados a la pantalla. Después, vendría Expediente X, que durante una década nos sumergiría en el universo fantástico de la vida extraterrestre en la Tierra. Más tarde, un aluvión de series algunas comparables al mejor cine que hayamos podido ver.

Las salas de cine siempre nos han seducido con el atractivo de sus grandes pantallas y excelente sonido, más el sumamente interesante visionado al lado de amigos, amigas, parejas, sobrinas, nietas€ ¿Acabarán desapareciendo? ¿O convivirán con los nuevos formatos audiovisuales? Sólo el paso del tiempo nos brindará una respuesta.