studiaba bachillerato, no era el más currela, pero mis aitas eran profesores y no podía relajarme. Sacaba notas normales, pero si sacaba un 5, y ni quiero recordar cuando suspendía, que alguna vez lo hice, las broncas eran superlativas. Aquello de que solo vieran un 4 o un 5 dejando sin comentar los 8 o 9, que también los había, me deprimía, aunque como las almorranas, lo llevaba en silencio. Resaltaban las notas malas, como los titulares de algunos periódicos, radios y televisiones cuando hablan de la pandemia. Esos medios de comunicación, día tras día y hora a hora, publican la información más trágica: cuando bajan los positivos, resaltan que han subido los ingresados en UCIs, si bajan los ingresados, refuerzan la noticia de que hay más infectados, y cuando las dos bajan, destacan los muertos que ha habido las dos últimas semanas. Parece que a algunos periodistas les sube la adrenalina a las nubes cuando transmiten de manera contumaz que vivimos una permanente tragedia. No estamos en un oasis ni las cosas que ocurren a nuestro alrededor son para hacer romerías, pero un poco de optimismo ante tanta incertidumbre continuada no solo es bueno, en estos momentos es imprescindible. El problema se acrecienta cuando la oposición parlamentaria imita el comportamiento mediático y, en su táctica política, se pone palote cada vez que proclaman que todo va peor mientras culpa de ello al gobierno. Yo hacía lo que podía, pero mis aitas, sin buscar dañarme sino aplicarme lo que ellos entendían la mejor manera de educarme, lograron que por un tiempo me deprimiera y no me esforzara más que para sacar un 6. Mientras el Gobierno Vasco, aunque a veces se equivoque, se esfuerza en arreglar los problemas, la oposición se dedica conscientemente a agrandar los problemas para hacer daño y sacar rendimiento político. Que colaboren en deprimir y agotar a la sociedad poco les importa.