stas Navidades el Papa Francisco ha pedido que la vacuna contra la covid "esté disponible para todos" y que, por encima de "nacionalismos cerrados, se promueva la cooperación: vacunas para todos". Pero no todo los líderes religiosos lo tienen tan claro.

Mientras nos quejamos de los morosos avances de la vacunación en Europa, el Líder Supremo de Irán, Alí Jamenei, ha ordenado la prohibición de las importaciones de las vacunas estadounidenses Pfizer-BioNTech y Moderna, así como de la británica Astrazeneca. Él confía más en las vacunas rusa y china.

La Media Luna Roja iraní ha suspendido un pedido de vacunas imperialistas que tenía ya encargado para alinearse con la autoridad: "Actuaremos de acuerdo a lo que diga el líder porque es la persona capaz de distinguir lo bueno de lo malo en todos los temas, incluyendo la importación de vacunas contra el coronavirus". Es una frase que bien podría ser leída con una intención irónica, como aquellas que los ingeniosos autores sabían emplear para burlarse de la autoridad. Pero me temo que en este caso su sentido es literal. Y es que hay países en que una ironía mal encajada puede resultar más gravosa para la salud -y la longevidad- que una mascarilla compartida.

Irán es el país de la zona más azotado por la pandemia. Comenzó su idilio con el coronavirus negando que en el país pudiera darse semejante cosa y ahora las cifras oficiales, para quien quiera concederles credibilidad, hablan de 56.000 muertos.

En fin, que las vacunas occidentales "no merecen nuestra confianza" dice Jamenei. "Que se la pongan primero ellos", añade con una altura dialéctica que recuerda a algunos de los mejores momentos de los cuñados más indomables en la cola en la panadería.

El profundo conocimiento del ayatolá sobre jurisprudencia islámica le permite asentar doctrina sobre los dilemas más sutiles. Hace un tiempo afrontó la delicada cuestión de si a las mujeres les está permitido conducir una moto en público, resolviendo que no, como es de entender dado lo inapropiado de la apertura de piernas a la que el manejo de dicho aparato obliga. Es claro que este conocimiento doctrinal de las leyes sagradas puede igualmente servir para definir qué vacuna es la más apropiada para el bien del pueblo.

Digámoslo ya, Jamenei es un líder capaz de hacer frente a la dictadura de las multinacionales farmacéuticas. Las vacunas rusa y china sí son fiables, seguras y aceptables, sin duda por la gran tradición de estos dos países en el respeto de las soberanías ajenas y su notoria ausencia, a diferencia de las potencias occidentales, de espúreos intereses económicos o geoestratégicos en la zona. Y mucho más fiable aún será la nueva vacuna que está desarrollando Irán junto con Cuba. Esta vacuna tendrá la ventaja de no incluir el microchip de Bill Gates, ni lo que sea que le mete Soros para dominar el mundo. Deberíamos consultar al presidente de la Universidad Católica de Murcia, aquel que se hizo famoso por su denuncia de los microchips que "los esclavos y servidores de Satanás" introducían en las vacunas ya conocidas, si estas otras resultan más recomendables para un buen cristiano.

El argumentario de Jamenei parece sacado de un grupo de Facebook de esos que hacen furor entre nosotros: "Si los estadounidenses han creado una vacuna, si sus fábricas de Pfizer pueden fabricar una vacuna, entonces, ¿por qué quieren dárnosla? Deberían consumirla ellos mismos y así no tendrían tantas muertes". La solidez argumental es digna de un discurso de Trump. Ambos podrían tener por divisa una máxima que dijera: que los datos y la lógica no se interpongan nunca en un directo camino contra la pared.