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Tribuna abierta

Koldo Mediavilla

Lo que el loro aprendió

Llevo unos días mosqueado como un mono. Hará una semana que, al tener las ventanas de mi casa abiertas, escucho con intensidad el ruido de la calle. No hablo del ruido que genera el camión de la basura cuando retira los contenedores, en especial el que se destina al reciclaje del vidrio. Ni tan siquiera del sonido ronco de la puerta del garaje cuando se abre o cierra para permitir el paso de algún vehículo. No. Se oye a la gente en su vida diaria. Desde el peluquero que barre el acceso a su barbería a primera hora de la mañana hasta el “bendito” ciudadano “singular” que, mientras pasea, va saludando a todo el mundo y les dedica un acentuado “A la paz de Dios. Que seas muy feliz”.

Otra cosa es la noche, cuando todos los gatos son pardos y las conversaciones entre trasnochadores parecen producirse en el pasillo de al lado.

Pero no, no es esto lo que me tiene un tanto alterado. Hay un momento del día en que, con claridad meridiana, oigo el sollozo desconsolado de un niño o niña de corta edad. Es un llanto que pone los pelos de punta y que conmueve. Parecería que algo grave le estuviera ocurriendo al bebé. Que padeciera una dolencia, o algo peor: que alguien le estuviera sometiendo a un castigo o maltrato. La verdad es que escuchar llorar a una criatura de manera continuada y sin consuelo encoge el alma. Mi desazón ha llegado a ser tal que, ante el prolongado berrinche, he estado tentado de llamar a la Policía Municipal para que interviniera. Pero me he contenido.

Hace un tiempo –estoy seguro–, durante la madrugada, escuchaba rebuznar a un burro. Sí, en el centro de una gran ciudad, el roznido de un asno. Ocurrió varios días. Y cuando lo puse en conocimiento de mis allegados y amigos, pensaron que estaba loco de atar. Así que, con las desconsoladas lágrimas y gritos del infante, preferí no decir nada.

Sin embargo, ni yo “estaba loco”, ni dormido. Ni lo había soñado. Mi mujer me preguntó, como quien no quiere la cosa, si había escuchado algo parecido a una llorera de un crío. Era cierto. Otros lo habían percibido. Así que mi sospecha era cierta: en mis alrededores había un chaval o chavala protestando y quejándose a pleno pulmón.

Así que, un día que volví a acongojarme ante el desolador lamento, comenté mi zozobra con el frutero que vende su género debajo de mi piso. Cuando le pregunté si no escuchaba aquel desgarrador llanto, se echó a reír. “¿Niño desamparado?”, señaló con sorna. “Es un loro que imita un berrinche. Luego silba, simula el canto de un tordo y, al rato, vuelve a llorar. Lo trajo un vecino hace dos semanas y el cabrón del bicho no calla”. Con la respuesta, me fui empequeñeciendo y diciendo aquello de “tierra, trágame”. ¡Un loro! Hay que joderse. Su propietario podía haberle enseñado a repetir otro tipo de sonidos, no a emular a un bebé torturado.

Lo acontecido estos pasados días en Azpeitia, con un tumulto de jóvenes asaltando la sede de la Policía Municipal y posteriormente agrediendo a los ertzainas que habían acudido a socorrer a la guardia urbana, no es un episodio aislado ni anecdótico que haya ocurrido por generación espontánea. Las explicaciones dadas por el consejero de Seguridad, Bingen Zupiria, han resultado esclarecedoras para entender la excepcionalidad de la situación. Y, halagos aparte, Zupiria, como buen comunicador, se sabe hacer entender como quizá pocos responsables políticos hemos conocido.

En los últimos tiempos estamos asistiendo a una escalada de acciones que pretenden deslegitimar la función y el trabajo de la Policía Autónoma. En las fiestas de Beasain, un ertzaina fuera de servicio fue conminado –por megafonía– a abandonar el recinto festivo al ser reconocida su función profesional. Más adelante, en la noche de San Juan, incidentes de carácter grave se produjeron en Hernani, cuando una multitud –según fuentes municipales– trató de “linchar” a un individuo que se había refugiado en locales de la Policía Municipal, que trataba de protegerle tras un suceso acaecido en un servicio de hostelería. Solicitada la colaboración de la Ertzaintza, pues cerca de 200 personas trataban de asaltar la sede de la guardia urbana, esta fue recibida con lanzamiento de objetos y violencia, a consecuencia de lo cual fue detenido un joven de 17 años acusado de participar en desórdenes públicos.

A mayor abundamiento, el domingo 13 de julio, cuatro ertzainas resultaron heridos en Ordizia tras mediar en una pelea de madrugada en la que varias personas atacaron a los agentes con una violencia fuera de lo común.

El último caso de enfrentamiento con los agentes de la autoridad es el mencionado de Azpeitia, donde un grupo numeroso de personas agredió a miembros de la Policía Local y la Ertzaintza en las dependencias del ayuntamiento, después de que una patrulla identificara a un individuo tras realizar una pintada en mobiliario urbano contra los cuerpos policiales. Los reunidos –unas cincuenta personas– reprocharon a la guardia urbana haber colaborado con la Ertzaintza en la identificación y sanción del causante de la pintada, agrediendo a varios funcionarios públicos a los que, además, sustrajeron materiales tales como walkies y esposas.

En este último caso, la reacción generada desde EH Bildu ha sido especialmente significativa. Inicialmente fue Arkaitz Rodríguez quien trató de echar tierra encima de lo ocurrido en Azpeitia, olvidándose de las agresiones y tratando de comparar la actitud punitiva de la Ertzaintza ante “una pintada con rotulador”, mientras “nada se decía de un informe de la ONU con 5.000 denuncias por tortura”.

Sin embargo, la reacción más llamativa fue la realizada por la alcaldesa azpeitiarra, la dirigente de la izquierda abertzale Nagore Alkorta, quien, en lugar de condenar los incidentes y mostrar su apoyo a los agentes –municipales y de la Ertzaintza– agredidos, se quejó y responsabilizó del alboroto y de los actos de violencia consecuentes al “despliegue policial”, que consideró inadecuado y desproporcionado.

Alkorta es una de las “caras amables” de EH Bildu. Vicepresidenta de EUDEL en representación de este partido, representa una de las “imágenes blancas” que utiliza la izquierda abertzale para dulcificar su acerado perfil. Sin embargo, poco a poco, Alkorta ha ido endureciendo su presencia pública. Suyo fue el protagonismo a la hora de negar una importante inversión siderometalúrgica en el municipio que preside; también cobró protagonismo respecto a las críticas a los parques eólicos y de energías renovables, o “afiló” la crítica a la reforma fiscal presentada por nacionalistas y socialistas. Ahora, la “angelical” representante de la izquierda abertzale ha dejado ver que, pese a representar el papel de una alcaldesa cercana, el guion que ha aprendido no cuenta con el registro de apoyar a sus funcionarios agredidos —policías locales—, y mucho menos con el de respetar y defender la profesionalidad de servidores públicos que actúan en defensa de la seguridad y la libertad de todos.

Frente a ese papel democrático de defensa de la seguridad, Alkorta ha preferido alinearse con quienes jamás apoyarán una actuación de la Ertzaintza porque, ya se sabe, su “modelo policial es otro”.

Ahora se entiende cuando Alkorta y otros ediles como ella se negaron a que los nuevos policías municipales se formaran profesionalmente en la academia de Arkaute. O cuando apostaron por que sus “aguaciles” o funcionarios locales de seguridad no portaran armas.

Ese es su modelo. Una policía sin armas. Y, si nos descuidamos, sin policías. El modelo de Arzuaga, de Arkaitz Rodríguez o de Pello Otxandiano.

A muchos, y también a vecinos de Nagore Alkorta, nos habría gustado escuchar de sus labios un rechazo firme y enérgico de quienes creen que están por encima del bien y del mal y pueden amenazar, coaccionar o agredir libremente a quienes están para defender la seguridad y la libertad de todos.

Nos habría gustado que, por una vez, reciclara su discurso y se posicionara del lado de quienes defendemos la legitimidad democrática y a sus instituciones. Pero no ha podido ser. Como al loro de mis desvelos, solo le enseñaron a decir lo que ha dicho: reproducir consignas, complejos, dogmas del pasado. Y lo ha repetido ahora, con acento diferente. Han sido muchos años legitimando a los agresores como para que ahora se posicionen junto a los agredidos. Una pena. Pero es así. Que no nos engañen.

Exmiembro del Euzkadi Buru Batzar de EAJ–PNV (2012–2025)