Contra el miedo a la honradez
El panorama actual aboca a pensar que la ética es una ilusión, una palabra vacía que sólo sirve para hacer discursos grandilocuentes. Sin embargo, a la hora de posicionarnos sobre la corrupción, o sobre las guerras, casi todos exhibimos una ética personal concreta sobre lo que está bien y lo que está mal, lo que es justo y lo que no lo es. Cada cual construye desde la experiencia su propia ética, al mismo tiempo que participa de una ética socialmente compartida, que nos orienta a todos para tomar decisiones sensatas, aunque no siempre seamos capaces de tomar ese camino.
Cualquier persona sensata reconoce que existe una ética básica que nos urge al compromiso con los valores de convivencia pacífica, de respeto al pluralismo razonable y de compromiso para lograr una mayor justicia global y ecológica. Para eso se promulgan leyes y se nos llena la boca hablando del bien común. Otra cosa es que, mientras reconocemos esto, no lo pongamos en práctica; esto último no es achacable a los políticos.
Estamos en un momento desazonador, y es cuando cabe preguntarse si la ética se puede aplicar también a la política o si, por el contrario, la actividad política es un terreno tan voluble que está al margen de todo principio ético. La experiencia dice que al pueblo llano no le conviene políticos que siguen los consejos de Maquiavelo. La historia nos muestra que si seguimos la idea del “todo vale” acabamos en el desastre. Ahora bien, no se puede esperar mejores resultados aceptando mansamente el estado de corrupción que no acaba de cerrarse en la justicia penal. Ahora le ha tocado al PSOE, pero recuerdo que siguen aparcadas –retrasos judiciales– muchas causas del PP que tienen que ver también con la ética procesal y su carencia.
A todo lo anterior, hay que añadir la vergüenza que da ver que no se activen procedimientos penales contra los corruptores, no solo contra los corruptos. Muchos inductores son los mismos desde la trama Gürtel del PP, el partido de la contabilidad en B de L. Bárcenas, M. Rajoy y demás familia. Casi nada sabemos judicialmente de la “policía política”, al frente de la cual estaba presuntamente el ministro del Interior Fernández Díaz, que difundió una treintena de informes falsos sobre políticos catalanes, entre otros, repletos de calumnias para vincular a gobernantes catalanes con todo tipo de corrupciones inventadas, sin privarse de la investigación ilegal del fiscal jefe de Catalunya.
El desprestigio político actual no viene de su incompetencia, sino de la falta de ética acumulada sin proporcionales consecuencias penales. Lo malo es que la ciudadanía se ha convencido que política y corrupción son casi lo mismo, agravado por el deterioro de la imagen de la judicatura a este nivel, tan devaluada como la política; un buen ejemplo sería el juez Hurtado. Lo terrible es que todo lo bueno que disfrutamos gracias a una buena política, se va olvidando, incluso los logros del Estado del bienestar que hemos construido entre casi todos.
Max Weber, sociólogo y filósofo alemán, pronunció una conferencia muy valorada (La política como vocación, 1919) que hoy parece risible cuando viene a decir que la política ha de tener una ética propia, en la que se deben compaginar a) la motivación por una buena causa, b) la responsabilidad para tomar la decisión mejor en cada momento para no dañar el bien común, y c) la mesura que permite saber ganar y saber perder.
Mucha gente se dice apolítica, pero en realidad no es posible ser apolítico, porque nadie está fuera de la comunidad política; suena a excusa para no comprometerse con ninguna causa, como queriendo mantenerse puro e incontaminado, e instalado en la indiferencia de quien se desentiende de las injusticias, pero critica duramente a los políticos que no hacen lo que ellos quieren.
Hay que dejarlo claro que no todos los políticos son iguales en cuanto a las prácticas corruptas. Ni que todos los electores se desentienden del bien común, es evidente. El problema es que mucho de lo bueno pasa desapercibido. Circulan muchos bulos en el sentido que hay demasiados políticos y demasiado gasto en sus retribuciones, pero dichos bulos forman parte del interés de algunos por despejar el terreno al autoritarismo. Pero unos pocos no pueden hacernos imaginar que la corrupción es la norma.
El resumen se lo cedo a Maurizio Ferraris, filósofo crítico con la posmodernidad: el error consiste en asociar la genialidad a la ausencia de reglas, cuando lo cierto es que el genio no tiene menos reglas que los otros, sino muchas más. Alto y claro.
Analista