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Rubio de bote

Patxi Irurzun

Acuchillando el cielo

Acuchillando el cieloPixabay

No sé cómo lo hacía, pero a principios de los ochenta mi hermano conseguía sintonizar con un transistor la radio de la policía y aquella frecuencia era la que contaba lo que de verdad pasaba en la calle. “Charli 2 a Bravo 1, Charli 2 a Bravo 1 ¿me recibe? Hay una barricada de fuego en la Avenida Villava”.

Por aquella época apareció también de repente otra emisora al fondo del dial: Eguzki Irratia. Nuestras botas sabían cómo olía el suelo e Iruña era una ciudad gris, sin primavera, de cielos plomizos colocados sobre las cabezas por angelotes asexuados a sueldo de Opus-Dei y los PTV (Pamplones de Toda la Vida). Una ciudad llena de chavales que vivían y morían deprisa en los baños de los bares o de la estación de autobuses con una amapola colgando del brazo, dentro de una jeringuilla. Pero también era una ciudad llena de gente que acuchillaba el cielo para que entrasen unos rayos de luz, que daba patadas en las puertas, que gritaba, que se plantaba, que pintaba muros, que se divertía, que robaba las gorras a los munipas o beatificaba a monos presos y onanistas. Era la gente de la Eguzki Irratia, emitiendo desde un portal de Navarrería en el que tenían su sede colectivos antimilitaristas, ecologistas, feministas, internacionalistas… y de los que la radio era su voz. El dial de la Eguzki se hizo fijo en nuestros transistores. Mi hermano dejó de piratear a la policía. La propia policía era quien escuchaba ahora la Eguzki y entraba en antena: “Vascos de mierda, como vayamos para allá os vamos a cortar los huevos”...  

Otras veces aquella testicular policía no se conformaba con intervenir por teléfono, irrumpía en el piso de Navarrería y por el micrófono los podías oír mandando apagar todos los cacharros; después, durante varios meses no volvía a salir el sol en Pamplona y algunos se pasaban toda aquella temporada a la sombra...

Y había también una Eguzki fuera de la Eguzki, la barraca política de la radio, la última siempre en chapar en sanfermines, la única tal vez del mundo en la que al amanecer, cuando los primeros rayos de sol hacían cenizas sus crestas, podía verse a los punkis bailando Raffaella Carrà o Boney M.

La txozna ya no está (aunque hay otras formas de ayudar económicamente a la radio, por ejemplo haciéndose eguzkide), pero la radio continúa acuchillando el cielo para que entre el sol. En la Eguzki Irratia, la radio que más calienta de Iruña −sobre la cual se acaba de realizar un documental: Eguzki Irratia. Una historia de comunicación, pasión y lucha, dirigido por Pablo Calatayud− todavía resisten, más de cuarenta años después, un micrófono y un altavoz encendidos, abiertos para quienes quieran seguir contando cómo huele el suelo de la ciudad.