La muerte de un Papa, en este caso el papa Francisco, nuestro papa Patxi, para un exseminarista como yo, es algo que te toca los adentros. Haber pasado 6 años interno en los padres reparadores, tres en Puente la Reina y otros tres en Alba de Tormes, lo quiera o no, me ha marcado, y mucho.
Las exequias del papa Francisco, los rituales de la iglesia en su máxima expresión y la pompa de la ocasión me han hecho revivir tiempos pasados en ambos colegios, tanto en el apartado religioso como en el personal, y es por ello que creo que estoy viviendo este momento con mayor intensidad que la gente que me rodea.
Pues bien, en este mundo de la comunicación permanente, de la sobresaturación de información que lo que consigue es mantenernos desinformados y ahora que todos somos especialistas en el Vaticano, cónclaves y reyertas cardenalicias, ahora que miramos a la iglesia, a sus gentes y sus procedimientos con las gafas de la política, que todo lo polariza, donde unos son rojos y otros azules, unos progres y otros conservadores, etc.; en este momento es cuando he fijado la mirada en el mensaje de Francisco sobre todo aquello que tiene que ver con el sector primario y con la naturaleza, la ecología y eso que él denomina la casa común, que no es otra cosa que la tierra.
El pasado año, el Foro Rural Mundial, celebró en Vitoria-Gasteiz su octava Conferencia Global bajo el lema Sostenibilidad de nuestro planeta, donde se reunieron unos 200 representantes de alto nivel que se reunieron para promover el reconocimiento del rol central, estratégico e integral de la agricultura familiar en la transformación de los sistemas alimentarios del futuro y todos aquellos que participamos en aquel evento escuchamos con atención la carta que el papa Francisco dirigió a Martín Uriarte, presidente del Foro Rural Mundial, donde decía cosas tan hermosas como pertinentes como que “Las familias que se dedican a la agricultura son encomiables por la forma solidaria de su trabajo, así como por el estilo respetuoso y delicado con el que cultivan la tierra”, que las familias “son clave para hacer que los sistemas agroalimentarios sean más inclusivos, resilientes y eficientes”, y que “la empresa familiar, más allá de ser un ente productivo, es el lugar al que pertenecen las personas, aquel espacio en el que se sienten comprendidas y valoradas en sí mismas por su dignidad, y no únicamente por lo que producen o por los resultados que consiguen. De ahí la importancia, añade, de fortalecer los vínculos que unen a sus miembros, de respetar sus tradiciones religiosas, depósitos culturales y prácticas agrícolas”.
El Foro Rural Mundial era bien consciente del interés y del apoyo brindado por el Papa a la agricultura familiar y reflejo de ello era el empeño de sus dirigentes en lograr una audiencia personal con él para hacerle llegar, además del agradecimiento, de su planteamientos y proyectos en defensa de la Agricultura Familiar. Lástima, creo que andamos demasiado tarde.
Ahora bien, todas estas aseveraciones papales no son nada si las comparamos con las ideas plasmadas en su encíclica Laudatio Si, publicada hace 10 años, coincidiendo con la aprobación de la Agenda 2030 de la ONU, centrada en el cuidado de la casa común, la tierra, donde propone una ecología integral que incorpore claramente las dimensiones humanas y sociales.
Esta encíclica que es dirigida a toda la población mundial, “a cada persona que habita este planeta”, no sólo a los cristianos, como algunas otras, introduce un capitulo, segundo, referido a convicciones creyentes, puesto que según el Papa, “la ciencia y la religión, que aportan diferentes aproximaciones a la realidad, pueden entrar en un diálogo intenso y productivo para ambas”.
El documento es, en opinión de este simple juntaletras, muy denso, pero igualmente interesante y enriquecedor, puesto que te hace pensar, repensar y finalmente, te sitúa frente al espejo del postureo eco que nos llevamos la inmensa mayoría.
La encíclica Laudatio si, que toma el título de un cántico de, cómo no, Francisco de Asís, recoge multitud de afirmaciones y reflexiones que, en muchos casos, hasta te pueden resultar demasiado progresistas, más aún si las contrastas con tu comportamiento diario, pero a mí, personalmente me ha llamado poderosamente la atención el planteamiento de considerar la tierra como la casa común creada por Dios y donde todos sus moradores, tanto sean personas humanas, plantas, animales, insectos, algas, reptiles y una innumerable variedad de microorganismos, tienen derecho a vivir, a disfrutar de la tierra y también, cómo no, a cuidarla para el bien de todos. Algo tan simple como aquello de iguales en derechos y en obligaciones.
Sencillo, sí, pero algo que chirría con la realidad imperante donde los humanos campeamos por la tierra como propietarios únicos, en vez de cousufructuarios, sin reparos en esquilmar los bienes, maltratar la naturaleza y someterla a todo tipo de excesos con la única y exclusiva justificación del bien propio, del ser humano y por lo tanto, sin derecho a perjudicar la casa común que a todos, antes citados, nos pertenece.
Sé que me ha salido una filípica con excesivo olor a incienso, sobre todo, para esa gente que como dice mi suegra “el humo de las velas le hace daño”, pero creo que la ocasión y la figura de Francisco, lo requería. Más aun, por parte de una persona como yo, cuyo nombre compuesto es Patxi (Francisco) Xabier.
Miembro del sindicato ENBA