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Tribuna abierta

Koldo Mediavilla

Un Papa con olor a oveja

Se intuía que iban a ser días complicados para la Iglesia Católica. La caída de la cruz del figurante de Cristo en la pasión viviente de Arkotxa (Zaratamo) no presagiaba nada bueno. Lo que no dejaba de ser un hecho anecdótico –que algún irreverente descreído aprovechó para hacer una gracieta al considerar que la representación religiosa escenificaba el invento de la hostia– se convertiría en todo un augurio de inestabilidad y zozobra. La muerte repentina del Papa Francisco el pasado lunes de pascua tras su aparición pública apenas veinticuatro horas antes en la bendición urbi et orbi donde el maestro de ceremonias pontificias del Vaticano leyó el último legado de Bergoglio. El Papa, que previamente había recibido en sus aposentos al vicepresidente norteamericano Vance en un gesto de preocupación por el nuevo paradigma de inseguridad global en el planeta, apareció entonces en San Pedro notablemente debilitado, si bien pero su comparecencia pública no advertía de la súbita muerte que le llegaría aquella misma madrugada.

La desaparición de Bergoglio ha eclipsado su último mensaje, cuya relevancia es digna de ser destacada. “Cuánta sed de muerte –señalaba el Papa en su última homilía– de matar, presenciamos a diario en los numerosos conflictos que azotan diferentes partes del mundo. Cuánta violencia vemos, a menudo incluso dentro de las familias, dirigida contra mujeres y niños. Cuánto desprecio se despierta a veces hacia los vulnerables, los marginados y los migrantes”. “En este día –domingo de resurrección– , quisiera que todos renováramos la esperanza y reviviéramos nuestra confianza en los demás, incluso en quienes son diferentes a nosotros o vienen de tierras lejanas, trayendo costumbres, formas de vida e ideas desconocidas. ¡Porque todos somos hijos de Dios!”.

“Expreso mi cercanía –proseguía Francisco en su último mensaje– al sufrimiento de los cristianos en Palestina e Israel, y a todo el pueblo israelí y palestino. El creciente clima de antisemitismo en todo el mundo es preocupante. Sin embargo, al mismo tiempo, pienso en la población de Gaza, y en particular en su comunidad cristiana, donde el terrible conflicto continúa causando muerte y destrucción, y creando una situación humanitaria dramática y deplorable. Hago un llamamiento a las partes en conflicto: ¡declarad un alto el fuego, liberad a los rehenes y socorred a un pueblo hambriento que aspira a un futuro de paz!”.

Bergoglio no se olvidó de otros conflictos –Líbano, Siria, Yemen, Ucrania, Armenia , Azerbaiyan , República Democrática del Congo, Sudán y Sudán del Sur, Sahel, Cuerno de áfrica y los grandes lagos, Myanmar– “No puede haber paz sin libertad de religión, libertad de pensamiento, libertad de expresión y respeto por las opiniones de los demás. La paz no es posible sin un verdadero desarme. La exigencia de que cada pueblo cuide de su propia defensa no debe convertirse en una carrera hacia el rearme”.

El “pastor” jesuita era consciente del nuevo mundo que se estaba configurando a nuestro alrededor, con el riesgo cierto de enfrentamientos bélicos, victimización de la población civil, movimientos masivos de migrantes represaliados y establecimiento de un nuevo orden internacional donde el imperio del más fuerte se impondrá a los derechos humanos y a la justicia social.

Francisco se convirtió hasta su muerte en una voz nítida e indubitada frente tal perspectiva ecuménica. De ahí que su fallecimiento haya concitado un consenso prácticamente unánime en todo el mundo. Coincidencia y consenso a la hora de establecer y subrayar sus valores de humildad, de apertura, cercanía a los desprotegidos y de intento de apertura de la Iglesia a elementos pendientes (el papel de la mujer, la igualdad, la diversidad de género…)

Hasta los más recalcitrantes opositores al mandado de Bergoglio, como el presidente de su país de origen, el motosierrista Milei moderó sus calificaciones hacia él tras su muerte.

De todas las reacciones conocidas, solo una ha destacado por salirse del tiesto de la cordialidad. La correspondiente al opinador radiofónico Federico Jimenez Losantos quien una vez conoció la muerte de Francisco afirmó aliviado en antena que “por fin nos ha dejado” antes de a de asegurar que el pontífice “odiaba a España profundamente” y que formaba parte “de esa generación criminal de la extrema izquierda montonera peronista”.

Losantos ha puesto voz a una parte de los ultracatólicos que desde hacía tiempo se habían enfrentado abiertamente al aperturismo iniciado por Francisco en la Iglesia. Ultras preconciliares que añoran tiempos pasados de notable influencia en las relaciones entre Iglesia y los Estados y que al igual que en los poderes políticos se conjuran contra el progresismo y las libertades individuales y colectivas.

La desaparición del Romano Pontífice ha sumido a la Iglesia Católico en un tiempo de interinidad en el cual deberán utilizarse los procedimientos tradicionales establecidos para resolver la elección del sucesor del trono de San Pedro. Procedimientos, plazos, asambleas, sístemática, fórmulas de elección, similares a las utilizadas por otras organizaciones sociales en sus procesos de renovación pero que en este caso cuentan con el acerbo de una entidad con más de dos mil años de antigüedad.

Serán los cardenales (135 según los datos ofrecidos por el Vaticano) los que reunidos en un cónclave –a puerta cerrada– determinarán quien será el sucesor del Papa Francisco. Ellos y solo ellos –el 80% de los purpurados fueron nombrado durante el mandato de Bergoglio–, y aunque los medios de comunicación se obstinen en seguir el transcurso de las conversaciones que “ad intra” se desarrollen en la Capilla Sixtina, las informaciones de “minuto y resultado” que en otros procesos de elección hemos conocido, no se ajustarán al resultado final.

La globalización y la comunicación sin fronteras nos están ofreciendo el tránsito en el poder católico como un espectáculo audiovisual en el que proliferan los comentaristas “expertos”, los “interpretadores “ de signos y hasta quienes se sienten capacitados para aventurar el futuro inmediato al frente de la curia vaticana.

La muerte del Papa y su sustitución se ha convertido un reality en el que los medios nos mantienen entretenidos y en el que el juego de intereses apuesta por candidatos que , supuestamente, defenderán tales o cuales intereses. Así, en un país radicalmente laico , en el que la colocación de la bandera a media asta en señal de luto ha sido controvertida, la mitad de su población, incluidos dirigentes ministeriales, sueñan con que el próximo Papa sea francés. Aunque su candidatable no hable italiano. Chauvinismos al margen, nadie conoce quien será el siguiente portador del anillo de San Pedro y cuya elección –consensuada por dos tercios de los cardenales reunidos– de pie a la fumata blanca que anuncie el relevo en la Iglesia católica.

Hay un dicho que aplicado a este supuesto señala que quien entra Papa en el cónclave, sale cardenal.

Los creyentes católicos rinden homenaje y se despiden de quien ha sido su cabeza visible con humildad, ejemplaridad y voluntad de servicio. Será difícil que su huella sea olvidada por una comunidad que confía en que su Iglesia siga adelante en un tránsito de apertura y de acercamiento a la nueva realidad mundial con paso firme y transparencia. A ellos, a los católicos, corresponde acompañar a los protagonistas de este proceso de renovación y de nuevo rumbo. Quienes nos mantenemos al margen de esa feligresía debemos respetar las decisiones y los procesos que estos protagonicen. Esperando a que las resoluciones que adopten sea acertadas. No en vano, la Iglesia Católica es una de las organizaciones de mayor influencia y número de seguidores en el mundo.

Que acierten y no den pasos atrás en la apertura iniciada.

El Papa Francisco deseó que los obispos y cardenales que componían la curia vaticana “olieran a oveja”. Con tal pretensión expresaba su voluntad de que los dirigentes católicos estuvieran cerca, al lado de la gente. Que actuaran como pastores a pie de la calle, lejos de la burocracia y de las élites. Espero, siguiendo su deseo, que el nuevo pontífice huela a oveja. Que sea un pastor cuidadoso de su rebaño.

Exmiembro del Euzkadi Buru Batzar de EAJ–PNV (2012–2025)