“Las mujeres africanas en general tienen que saber que está bien que sean como son, deben ver su forma de ser como una fortaleza, liberarse del miedo y romper el silencio”. (Wangari Maathai, primera mujer negra premio Nobel)

E l mes de septiembre nos saludó con la peor de las noticias en materia de violencia contra las mujeres. La pareja de Rebecca Cheptegei la asesinó. El machismo en la peor de sus expresiones ha arrebatado al mundo una gran atleta; a África, una valiente campeona; a unos hijos, a su madre. Rebecca es una víctima más de la violencia que sufren las mujeres en África y en el mundo, en el ámbito público y privado, diariamente.

Rebecca es la víctima de la violencia de género número X, no sabemos qué lugar ocupa exactamente en esta triste estadística. Son incontables las mujeres que diariamente mueren en África a manos de sus maridos, de sus hermanos, de sus padres y de hombres, única y simplemente por haber tenido la desgracia de nacer mujer en África. La lucha feminista en occidente tiene como metas romper el techo de cristal y la brecha salarial, acabar con el feminicidio, cambiar el lenguaje… En África la lucha feminista va mucho más allá. La lucha feminista de las mujeres negras empieza en la lucha contra el racismo, el clasismo, en el acceso a la educación, a la salud sexual y reproductiva (Mutilación genital, decidir cuántos hijos e hijas parir, cuándo y con quién...), contra el matrimonio forzoso, contra la trata con fines de explotación sexual, contra el acoso sexual en el trabajo en las calles, contra el uso de las violaciones de mujeres como arma de guerra, contra la pelea por el acceso a la tierra, al agua, a los recursos económicos, el empoderamiento… La lucha feminista en África es ardua y pasa por conseguir gobiernos democráticos y con agenda feminista interseccional.

En Uganda, país de nacimiento de la atleta Rebecca Cheptegei, un estado gobernado desde hace cuarenta años por el autócrata y cleptócrata Yoweri Kaguta Museveni, las libertades de género están cada día más mermadas, tanto que se ha impuesto la cadena perpetua a toda la persona declarada homosexual. Los derechos de las mujeres y las niñas prácticamente no existen. En este país, la diputada Sylvia Rwabwogo acabó repudiada por su sociedad por haber denunciado el acoso sexual que durante aproximadamente ocho meses sufrió por parte de un hombre. La sociedad se colocó de parte del agresor.

En Kenia, país en donde residía Rebecca por motivos profesionales, las mujeres han decidido empezar a denunciar las violaciones que sufren de forma conjunta, para evitar que las víctimas sean revictimizadas, señaladas y que sufran represalias. Por ello, a raíz de la campaña me too, en este país, las mujeres iniciaron otra campaña, Mi ropa es mi elección (en inglés, My dress, my choice), por las calles de Nairobi, la capital de Kenia, después de que una mujer fuera agredida en una parada de autobús por vestir minifalda y las autoridades la culparon a ella por no vestirse de forma decente.

En Senegal, dos mujeres, cansadas de ver cómo en su país se ignoran y se normalizan las violencias sufridas por las mujeres, tanto en el ámbito público como en el privado, comenzaron la campaña No me voy a callar. Esta campaña, buscan cuestionar el silencio de Senegal con respecto a la violencia de género. En este mismo país, se lleva a cabo otra campaña denominada Doyna (Basta ya).

En Angola, una joven influencer denunció en sus redes sociales las violaciones sexuales que sufrió desde los 16 años por parte de un alto cargo público del gobierno, quien incluso la contagió del VIH, aprovechándose de su situación de vulnerabilidad, cuando esta recurrió a él pidiendo ayuda para la manutención de su madre y sus hermanos, quienes constituyen una familia monomarental, como son la mayoría de las familias en este país, en donde las mujeres son el sostén de los hogares. Esta joven acabó en la cárcel por atreverse a hacer pública esta violación reiterada en el tiempo por parte de este alto cargo; mientras tanto, el abusador, agresor, violador, sigue en libertad, por ser un hombre con poder en una sociedad que no protege a las mujeres ni a las niñas.

En Sudáfrica, según las estadísticas, la incidencia de la violencia de género es muy alta. Y existen leyes que penalizan la violencia hacia las mujeres a diferencia de otros países. Recientemente, uno de los casos de violencia hacia la mujer en este país implicó al exviceministro de Educación Mduduzi Manana, quien golpeó a dos mujeres en una discoteca. La presión mediática y la lucha de los colectivos de mujeres sudafricanos obligaron a Manana a renunciar a su escaño parlamentario.

La Unión Africana (AU en sus siglas en inglés), máximo organismo africano, también ha fracasado en lo que respecta a las luchas contra las violencias que sufren las mujeres en el continente y dentro de su propia institución. En 2018, varias mujeres denunciaron el calvario que sufren dentro de la Unión Africana; sus altos cargos reconocieron los hechos, pero afirmaron no poder hacer nada para protegerlas.

La campaña iniciada en Sudáfrica por un grupo de mujeres,  #MenareTrash, con el objetivo de implicar a los hombres en la lucha contra el feminicidio en el ámbito público y privado en este país, acabó según empezó. Hubo un gran rechazo hacia la campaña, especialmente por parte de los hombres con poder y con capacidad de decisión. Alegan sentirse estigmatizados.

Queda mucho por hacer en materia de lucha feminista, en el mundo y especialmente en África, un continente en donde las mujeres son el pilar de las familias, pero no disponen de representatividad política ni poder económico-financiero. Existen algunos avances, como en Ruanda, Liberia, Sudáfrica, pero no son suficientes, teniendo en cuenta las situaciones de violencias interseccionales que atraviesan a la mujer negra, africana.

Rebecca, las feministas africanas, las deportistas africanas, te dicen, te prometen, que tu muerte no ha sido en vano, servirá para tener más claro aún que hoy más que nunca es necesario seguir luchando contra esta maldita lacra, que asesina a las mujeres en África y en todo el mundo, vilmente, todos los días.

Trabajadora social, doctorada en Administración y Política Pública por la UPV/EHU y activista por los Derechos Humanos